Por: Gonzalo Salazar, “Cuadernos de Reencuentro”
28-02-2018
Al juzgar a los indígenas como sujetos “sin secta” Colón altera la concepción medieval sobre la ‘cadena del ser’ y hace posible pensar sobre el ‘condenado’ ya no en términos exclusivamente cristianos y teológicos sino más bien antropológicos y modernos.A los condenados’ modernos les faltará no sólo la verdad, sino también parte fundamental de lo que se considera ser humano.Su falta no es tanto un resultado de su juicio, como un problema mismo de su ser. La colonialidad del poder nace así pues simultáneamente con la colonialidad del ser.
Maldonado-Torres, 2008ª: 217-220 citado por Ramón Grosfoguel, 2013[1]
El racismo es la base de todo el sistema colonial-patriarcal del capitalismo, es la forma de negar al dominado/a su dignidad y su humanidad, es hacerlo/a extraño/a en su propio territorio, por lo que pierde su identidad, todos sus derechos y propiedades, es hacerlo factible de discriminación, de exclusión, de explotación y esclavitud, de convertirlo/a en cosa-mercancía o de ser exterminado/a; eso fue lo que hicieron la España y la Europa cristianas para imponer su poder y su cultura occidentales colonialistas, no solo a América, sino también a África y a gran parte de Asia; además clasificó racialmente a todos los pueblos no europeos en una escala de “inferioridad” y de “raciocinio”. A partir de la invasión al Abya Yala, y el sometimiento de los/as aborígenes, los europeos se autodenominaron blancos; al no reconocer la otredad, asumieron en su identidad una supuesta superioridad racial para poder despojar y exterminar al y la aborigen, a quienes han considerado como salvajes, sin dios ni alma, aunque los hayan cristianizado.
En América, la idea de raza fue un modo de otorgar legitimidad a las relaciones de dominación impuestas por la conquista. La posterior constitución de Europa como nueva id-entidad después de América y la expansión del colonialismo europeo sobre el resto del mundo, llevaron a la elaboración de la perspectiva eurocéntrica de conocimiento y con ella a la elaboración teórica de la idea de raza como naturalización de esas relaciones coloniales de dominación entre europeosy no-europeos.
En consecuencia, nuevas identidades históricas y sociales fueron producidas: amarillos y aceitunados (u oliváceos) fueron sumados a blancos, indios, negros y mestizos. Dicha distribución racista de nuevas identidades sociales fue combinada, tal como había sido tan exitosamente lograda en América, con una distribución racista del trabajo y de las formas de explotación del capitalismo colonial. Esto se expresó, sobre todo, en una cuasi exclusiva asociación de la blanquitud social con el salario y por supuesto con los puestos de mando de la administración colonial.(Quijano 1992 p. 203-205)
El colonialismo ha garantizado el mantenimiento y desarrollo del capitalismo mediante el trabajo esclavo y servil en la extracción de todos los bienes naturales y culturales de las colonias, que se reestructura con nuevos repartos de territorios y mercados entre las potencias imperialistas en la llamada distribución internacional del trabajo -también de la naturaleza- que hacen las grandes Corporaciones con su modelo Neoliberal; aún los colonizados del sur, gobernados por oligarquías cipayasherederas de conquistadores y colonos (en Colombia actúan como los colonos blancos de España) al servicio de los neocolonialistas, mantienen alos trabajadores del campo y la ciudad, casi en las mismas condiciones, con salarios que escasamente alcanzan para subsistir y reproducir la mano y mente de obra; la extrema pobreza, el desempleo, la exclusión y la violencia en los países colonizados son las principales causas de las masivas migraciones de latinoamericanos, africanos y asiáticos hacia las metrópolis “desarrolladas” de Occidente.
La clasificación racial de la población y la temprana asociación de las nuevas identidades raciales de los colonizados con las formas de control no pagado, no asalariado, del trabajo, desarrolló entre los europeos o blancos la específica percepción de que el trabajo pagado era privilegio de los blancos. La inferioridad racial de los colonizados implicaba que no eran dignos del pago de salario. Estaban naturalmente obligados a trabajar en beneficio de sus amos.(Quijano 1992 p. 207
Sin embargo, iniciada la colonización a América, después de la expulsión de la mayoría de los judíos y musulmanes de la península, los cristianos del imperio español aplicaron a los judíos conversos por la fuerza (marranos) y a los musulmanes conversos por la fuerza (moriscos) el mismo tratamiento racista ejercido contra los indígenas, o sea, como colonizados, dejaron de considerarlos humanos creyentes de otros dioses o con la religión equivocada. “Contrario al sentido común contemporáneo, el «racismo de color» no fue la primera forma del discurso racista. El «racismo religioso» («pueblos con religión» frente a «pueblos sin religión») fue la primera forma de racismo en el «sistemamundo capitalista/patriarcal occidentalo-céntrico/cristiano-céntrico moderno/ colonial». Esta definición de «pueblos sin religión» se acuñó durante todo el siglo XVI en España.”[2]Aunque en cada época y en cada región del mundo el racismo asume características particularidades, el racismo a ultranza como el actual de Occidente, involucra a la etnicidad, a las culturas y a las religiones.El racismo como el colonialismo, niegan la humanidad al sometido, al otro, al diferente, al colonizado.
Hoy con la globalización neoliberal esa clasificación no solo se mantiene, sino que se ha intensificado y extendido a todo el mundo, incluso a pueblos de la misma Europa y en las periferias de sus metrópolis; realidad de los pueblos del sur que se expresa en la explotación de los trabajadores, en la opresión, en el daño a nuestros ecosistemas, en el sexismo, en el terrorismo de Estado aplicado en casi todo el mundo, junto a la xenofobia por las olas migratorias generadas por la pobreza y la violencia que impone el capital extractivista. La división internacional del trabajo, las guerras imperialistas de despojo por exterminio son formas de recolonización ejecutadas donde quiera que haya recursos naturales, energéticos, laborales y/o financieros que explotar y/o extraer.
El racismo es una jerarquía de dominación de superioridad/inferioridad sobre la línea de lo humano. Esta jerarquía puede ser construida/marcada de diversas formas. Las élites occidentalizadas del tercer mundo (africanas, asiáticas o latinoamericanas) reproducen prácticas racistas contra grupos etno/raciales inferiorizados, donde los primeros ocupan la posición de superioridad sobre los últimos. (Grosfoguel 2012)
Las personas que están arriba de la línea de lo humano son reconocidas socialmente en su humanidad como seres humanos con subjectividad y con acceso a derechos humanos/ciudadanos/civiles/laborales. Las personas por debajo de la línea de lo humano son consideradas sub-humanos o no-humanos, es decir, su humanidad está cuestionada y, por tanto, negada (Fanon, 2010).
El racismo no es homogéneo ni en los países centrales ni en los de las periferias, igual que el sistema de clases que genera e impone el capital. Para sintetizar esta parte, tomamos un segmento del análisis que hace Grosfoguel de las categorías “zona del ser y zona del no ser” que plantea Fanon frente a la estructura del colonialismo basado en el racismo, pues considero que con el extractivismo Neocolonial adquiere relevancia en el panorama internacional con el crecimiento de la xenofobia, la islamofobiay el concepto de supremacía blanca promovidas desde los Estados y los Medios de desinformación y propaganda de los países imperialistas contra las migraciones del sur, provocadas por su sistema mundo y contra las llamadas “minorías” de esos países; análisis que también nos sirve para reconocer como colombianos, en qué lugar estamos del actual “Orden Mundial”.
En la zona del ser, los sujetos, por ser racializados como seres superiores, no viven opresión racial, sino privilegio racial. Como se discutirá más adelante, esto tiene implicaciones fundamentales en como se vive la opresión de clase, sexualidad y género. En la zona del no-ser, debido a que los sujetos son racializados como inferiores, ellos viven opresión racial en lugar de privilegio racial. Por tanto, la opresión de clase, sexualidad y género que se vive en la zona del no-ser es cualitativamente distinta a como estas opresiones se viven en la zona del ser. El asunto por enfatizar es que hay una diferencia cualitativa entre cómo las opresiones interseccionales se viven en la zona del ser y la zona del no-ser en el «sistemamundo capitalista/patriarcal occidentalocéntrico/cristianocéntrico moderno/ colonial» (Grosfoguel, 2011).
En la sociedad capitalista el sexismo es parte de su estructura colonialista, es expresión del patriarcado que somete a las mujeres y a quienes asumen opciones no heterosexuales, pero que también incluye todo lo femenino de la sociedad y la naturaleza, lo productivo y lo reproductivo, niega las capacidades y la dignidad de las personas, en nuestro caso, de las clases y sectores populares, las considera inferiores sujetas al arbitrio, explotación y abuso de los hombres, de las instituciones del Estado y a los prejuicios de la sociedad; las periferias, las colonias, como nuestro país, entran en este ámbito como dependientes, sociedades disciplinadas por el racismo, el autoritarismo y el terror religioso (que rige lo privado), que se ensañan en los más vulnerables: las mujeres y la naturaleza, por lo que desde la familia las mujeres trabajadoras y cuidadoras son doblemente sometidas, abusadas explotadas y excluidas. Por esto se dice que la pobreza tiene cuerpo de mujer negra o indígena de la periferia, precisamente en los territorios donde se extrae la riqueza; esa dominación patriarcal en América Latina y Colombia, se expresa en el neoliberalismo extractivista y se concreta en casos como el de las madres comunitarias, que trabajan cuidando a los futuros esclavos (con o sin salario), mientras sus madres y padres están trabajando, condición que el Estado colombiano no les reconoce, negándoles salarios dignos y seguridad social, delegando estas responsabilidades a las propias comunidades empobrecidas “beneficiarias” del programa de Hogares de Bienestar del ICBF; en la negación del derecho a la tierra de las campesinas, en la discriminación salarial de las obreras y empleadas (a trabajo igual salario igual), lo mismo sucede con el llamado trabajo doméstico, en el que la trabajadora (interna) labora prácticamente las 24 horas por menos de un salario mínimo, además de ser acosada y abusada por sus patrones; estos son casos de servidumbre que persisten en el moderno colonialismo del capital. El patriarcado asume los cuerpos de las mujeres como objetos de propiedad privada, al mismo nivel de la esclavitud o de la servidumbre, situación que persiste en los países de la periferia, especialmente en los dependientes, que también son objetos del extractivismo de sus “recursos” naturales y humanos, entre estos, las mujeres, los y las desterrados y migrantes. Siempre hay una o varias razones (económicas, políticas, culturales, sexuales) para las masivas migraciones de los sectores populares de las periferias, quienes en los países centrales ingresan al mercado laboral, como nuevos esclavos (tratados como tales por las sociedades de esos países) en la concepción colonialista de Occidente.
Con el uso instrumental de las ciencias sociales y humanas, la difusión del pensamiento único de Occidente, el eurocentrismo, el colonialismo y la adopción por la sociedad capitalista de sus conceptos de progreso y bienestar, -elaborados durante la modernidad e integrados en un patrón de poder-se impuso una supuesta cultura “universal” fundamentada en el egoísmo, el individualismo, la indiferencia y la sumisión; cultura racista, eurocentristaantihumanista, que obliga al sometimiento sicológico y cultural de los pueblos del mundo, subordinando sus conocimientos y saberes, sus cosmovisiones, sus tradiciones, cambiando sus identidades, sus modos de producir y sus prácticas ancestrales de convivencia. La cultura colonial se fomenta por todos los medios desde el Estado y los mercados, se sustenta intelectual, ideológica y teóricamente en nuestros países desde la escuela hasta las universidades en todas las cátedras para reproducir modelos y roles de subordinación y obediencia. Se enraíza profundamente en amplios sectores de las llamadas clases medias
En las universidades occidentalizadas, el conocimiento producido porepistemologías, cosmologías y visiones del mundo «otras» o desde geopolíticas ycorpo-políticas del conocimiento de diferentes regiones del mundo consideradascomo «no-occidentales» con sus diversas dimensiones espacio/temporales seconsideran «inferiores» en relación con el conocimiento «superior» producido porlos hombres occidentales de cinco países que conforman el canon de pensamientoen las humanidades y las ciencias sociales. El conocimiento producido a partirde las experiencias histórico-sociales y las concepciones de mundo del Surglobal, también conocido como el mundo «no-Occidental», se consideraninferiores y son segregadas en forma de «apartheid epistémico» (…) del canon de pensamiento de las disciplinas de la universidad occidentalizada.
Más aún, el conocimiento producido por las mujeres (occidentales y nooccidentales)también es inferiorizado y marginado del canon de pensamiento.Las estructuras de conocimiento fundacionales de la universidad occidentalizadason epistémicamente racistas y sexistas al mismo tiempo.(Grosfoguel 2013)
Desde la óptica capitalista no hay alternativas a su modelo económico y cultural y su patrón de poder, pues estos cubren todos los espacios de la realidad y de la imaginación, creando una intersubjetividad donde todas las representaciones sociales están determinadas por sus estructuras e instituciones. De esta forma el capitalismo induce en los ciudadanos el carácter obligante de sus relaciones sociales de producción y reproducción, por ser su Sistema Mundo. Esta ha sido una disculpa de las izquierdas y del progresismo, latinoamericanos y colombianos para no luchar por la destrucción de las actuales estructuras económicas, sociales, culturales y las relaciones con la naturaleza; entre las culturales, la mentalidad colonial en los sectores populares y en la intelectualidad de izquierda, argumentando que no se puede construir el socialismo en un solo país ni intentar un modelo propio desde los sectores populares y las comunidades locales, (altermundismo) no desde las supuestas vanguardias políticas centralizadas-centralizadoras, por el contrario, en sus propuestas y programas prima la reinserción del país y de los movimientos populares en las dinámicas del capitalismo; reproducen el mismo patrón de poder, aceptan que cualquier proceso de transformación tiene que darse exclusivamente dentro del marco de la institucionalidad capitalista; han querido volver o continuar en la modernidad, con el desarrollismo-progresismo como paradigma, en el liberalismo, con su democracia representativa-delegataria parlamentaria, como únicos medios para supuestamente alcanzar las reivindicaciones sociales. Anibal Quijano nos ilustra con su concepto sobre el patrón de poder global del capitalismo.
En primer término, el actual patrón de poder mundial es el primero efectivamente global de la historia conocida. En varios sentidos específicos. Uno, es el primero donde en cada uno de los ámbitos de la existencia social están articuladas todas las formas históricamente conocidas de control de las relaciones sociales correspondientes, configurando en cada área una sola estructura con relaciones sistemáticas entre sus componentes y del mismo modo en su conjunto. Dos, es el primero donde cada una de esas estructuras de cada ámbito de existencia social, está bajo la hegemonía de una institución producida dentro del proceso de formación y desarrollo de este mismo patrón de poder. Así, en el control del trabajo, de sus recursos y de sus productos, está la empresa capitalista; en el control del sexo, de sus recursos y productos, la familia burguesa; en el control de la autoridad, sus recursos y productos, el Estado-nación; en el control de la intersubjetividad, el eurocentrismo. Tres, cada una de esas instituciones existe en relaciones de interdependencia con cada una de las otras. Por lo cual el patrón de poder está configurado como un sistema. Cuatro, en fin, este patrón de poder mundial es el primero que cubre a la totalidad de la población del planeta. (Quijano 1992 p214)
Si algo caracteriza al neoliberalismo son las políticas colonialistas impuestas y ejercidas desde los centros de poder del capitalismo, pues las decisiones políticas, económicas y sociales para los países dependientes de la periferia (colonizados) se toman por sus organismos e instituciones llamadas “multilaterales” e internacionales como el FMI, el BM, la OMC, La ONU, la OEA, La OTAN, la OCDE y los gobiernos de las potencias imperialistas; los gobiernos y parlamentos cipayos solo son borregos obedientes, pero cancerberos de esos mandatos frente a sus pueblos. Dentro de las políticas colonialistas hay una que es fundamental para los procesos de acumulación por expropiación: la corrupción -encarnada en las dirigencias políticas, en las burocracias administradoras del Estado y sus instituciones y en las juntas directivas de las grandes corporaciones privadas nacionales e internacionales- que es una forma de extractivismo contra los colonizados, saqueando los recursos económicos de los Estados, aportados por los contribuyentes, en la inmensa mayoría provenientes de los sectores populares. Los casos de Odebrech, Reficar, Isagen, los carruseles de las administraciones de Bogotá, los diferentes cárteles de los combustibles, de los productos de primera necesidad, de los recursos de la salud, la educación, la alimentación de los niños, la infraestructura, son solo una ínfima parte de la tradición histórica de la oligarquía y de la llamada “clase política”. Desde los tiempos de la Colonia muchos ancestros de los gobernantes actuales saqueaban el erario, ejercían el contrabando se apropiaban de ejidos, baldíos de la nación, de las tierras de los indígenas y de los campesinos, como expresión de un colonialismo interno. Para los corruptos es natural apropiarse de los bienes públicos como de los recursos naturales, de la tierra y del producto del trabajo, del ahorro de los ciudadanos de un país, hacen lo mismo que los neocolonos imperialistas europeos, exportan los capitales robados hacia las metrópolis y los paraísos fiscales, los ponen a jugar en las bolsas y pirámides de las metrópolis imperialistas, igual que hacen las grandes corporaciones extractivistas; la administración del Estado es el más valioso botín que desde 1810 disputan a muerte las facciones de esa oligarquía, donde las únicas víctimas son las comunidades locales, que a su vez son tratadas como colonizadas; los corruptos no son más que las oligarquías y las mafias legales e ilegales que cuentan con la connivencia y el apoyo de los tres poderes del Estado capitalista; se puede concluir que el capitalismo es sinónimo de corrupción entre otros.
Claro que las nuevas sociedades más justas, democráticas y solidarias se están gestando por las comunidades de los diversos pueblos del mundo -con la posibilidad de integrar la Internacional de los Pueblos de las Periferias- sin cordones umbilicales conectados a Estados, gobiernos, ONGs, partidos, a caudillos ni a una ideología, (por muy revolucionarios que estos sean) luchando contra el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado, sintonizadas y/o articuladas desde pequeños espacios sectoriales, locales, regionales y/o nacionales. Pueblos como el nuestro, que no han vencido a sus oligarquías locales ni han definido su independencia política y económica del sistema imperialista, pero que sus comunidades asumen vías de emancipación construyendo alternativas propias de poder popular, podrían integrar este movimiento libertario; pues hasta el momento no ha existido un pueblo o un país que haya roto totalmente las estructuras sistémicas del capitalismo, que hayan decolonizado sus culturas y ejerzan total autonomía, pero que sí paulatinamente construyen o recuperan nuevas y tradicionales instituciones que caracterizan su nuevo poder en sus territorios en reconstrucción, como las comunidades indígenas mayas zapatistas en Chiapas, los mapuches en Chile y Argentina, una parte del pueblo kurdo en territorios de Irak, Irán, Turquía y Siria, las y los villeros argentinos, sectores populares de la periferia de ciudad de México, sectores populares de concejos comunales y de comunidades como Cecosesola (red de cooperativas que relaciona una amplia red de productores agrícolas y artesanales y consumidores urbanos, además de gestionar en salud y educación con la comunidad) en Venezuela, los pueblos indígenas en el Cauca; una característica de estos procesos es el protagonismo de las mujeres y de los/as jóvenes y el respeto por la madre tierra. Por esto reconocemos no solo el derecho sino la necesidad de integrar, movimientos de estas características y de formas de Estados en extinción o gobiernos nacionales populares de transición, como ejercicio de la autodeterminación de los pueblos, que rompen con el colonialismo. Para los y las revolucionarias las relaciones sociales capitalistas no son obligantes, ellos/as deben romper esos supuestos en sus praxis, en sus propuestas de nueva sociedad con nuevas visiones y paradigmas, poder visualizar desde el inicio un gran movimiento social-cultural plural y diverso en cada localidad y/o nación, que además de ser político, sea también ético, decolonial, anticapitalista, antipatriarcal, ecologista, antisistémico.
No existen culturas autóctonas puras, aisladas, como tampoco culturas inferiores o superiores, ni civilizaciones perfectas o eternas, todas tienen sus valores, sus avances, su esplendor, sus injusticias, sus mitos; todas envejecen y fenecen, siendo reemplazadas por otras, porque son construcciones humanas; la Occidental no es la excepción; sin embargo, los mismos conceptos de desarrollo, progreso y bienestar están supeditados a la cosmovisión de cada pueblo. Como pueblos del sur, como colonias del capitalismo occidental, somos parte de esa cultura impuesta que nos ubica en el contexto geopolítico y geoestratégico, como dependientes económica, política e intelectualmente de Occidente, que no nos deja mirar otras posibilidades de progreso ni asumir nuestras propias identidades ni descolonizar nuestras mentes ni nuestros pensamientos.
Si bien este hecho, de alguna manera, es padecido por todos los países que emergen del colonialismo —esos países nuestros a los que esforzados intelectuales metropolitanos han llamado torpe y sucesivamente barbarie, pueblos de color, países subdesarrollados, Tercer Mundo—, creo que el fenómeno alcanza una crudeza singular al tratarse de la que Martí llamó «nuestra América mestiza». Aunque puede fácilmente defenderse la indiscutible tesis de que todo hombre es un mestizo, e incluso toda cultura; aunque esto parece especialmente válido para el caso de las colonias, sin embargo, tanto en el aspecto étnico como en el cultural es evidente que los países capitalistas alcanzaron hace tiempo una relativa homogeneidad en este orden. (Retamar, 2000)
Con la visión occidental eurocéntrica nos miramos como inferiores como bárbaros, vándalos (pueblos que invadieron la Europa oscura y cristiana), brutos, sucios, destructores, caníbales (como el Calibán)[3] y atrasados o subdesarrollados, concepto que no solo se refiere a lo económico, sino también a lo cultural y psicológico; asumimos inconscientemente estos conceptos de inferioridad y los aplicamos en nuestras relaciones en todas las actividades sociales y culturales; nos lo recuerdan los gobernantes y la burguesías europeas durante 525 años de invasión terrorista-genocida realizada por ellos, con el tratamiento de esclavos y criminales que dan a nuestros compatriotas trabajadores en el Occidente “desarrollado”, con el atentado y secuestro de un presidente progresista indígena suramericano en el espacio aéreo europeo, en el aeropuerto de Viena Austria; también el rey Juan Carlos de España, cuando mandó a callar al presidente de Venezuela en una reunión con otros presidentes de la región en 2007, y recientemente (enero de 2018) con las declaraciones del emperador Donald Tromp en la que se refiere a países pobres de Centroamérica como Haití, El Salvador y a varios africanos, como “países de mierda”, expresando la ideología xenófoba y racista de la oligarquía blanca norteamericana, además de su omisión y connivencia en la persecución y asesinato de afroamericanos .en la calles estadounidenses.
Según esta visión, nuestras culturas, nuestro arte, son de segunda, son folklore, artesanía; nuestras historias, nuestras literaturas, son mitos o leyendas, realismo mágico, nuestros saberes son supersticiones –conocemos más de Platón, de Alejandro, de Napoleón, de Europa, de Norteamérica, de sus literaturas, de sus guerras, de sus historias y presentes, que de nuestro pasado, de nuestras geografías, de nuestras literaturas, de nuestra biodiversidad, de nuestra propia realidad actual- sabemos de su ciencia y sus culturas lo que la escuela oficial nos enseña, lo que sus medios masivos nos informan; nuestros conocimientos no tienen nada que ver con acumulados históricos, científicos o culturales propios; para Occidente nuestros símbolos son enigmas del pasado sin ningún valor, pues somos el pasado, o sea, primitivos. Del mismo modo la educación oficial y los medios nos martillan a toda hora la “superioridad” de los valores y la cultura logocéntricade Occidente (si alguna cultura o pensamiento expresada en la oralidad no es traducida, no está escrita o “no es posible” transcribirla, no existe); los líderes políticos, los profesionales, los artistas en cualquier disciplina, en nuestros países, son eficientes e idóneos sólo si son reverentes con esa cultura, si son graduados de universidades de las metrópolis del norte, si son calificados o premiados por organismos académicos o especializados de occidente; igual si las mercancías son producidas por sus industrias y tecnologías, son de primera, hasta nuestras especies vegetales y animales son inferiores porque ellos así las “descubren”, las estudian y las clasifican cambiándoles sus nombres originales para comercializarlas; todo esto no es más que la concreción del colonialismo cultural, intelectual y mental. Desde una perspectiva local Fernando González nos expresa el eurocentrismo de los suramericanos.
¿Las causas? El indio fue humillado por la civilización más fanática, la cristiana, y Suramérica, por los más rudos de Europa, los españoles. De suerte que nosotros, los libertos bolivarianos, mulatos y mestizos, somos vanidosos, a saber: creemos, vivimos la creencia de que lo europeo es lo bueno; nos avergonzamos del indio y del negro; el suramericano tiene vergüenza de sus padres, de sus instintos. De ahí que todo lo tengamos torcido, como bregando por ocultarse, y que aparentemos las maneras europeas.[4]
Sin embargo a la hora de definir nuestras identidades, nuestras cualidades, la oligarquía, la dirigencia política, sectores cooptados de las clases medias, muchos intelectuales e incluso la mayoría de la izquierda, no se reconocen como intelectual, mental y culturalmente diferentes a los europeos; reniegan de sus orígenes étnicos, de sus historias, de sus países, hasta de sus propios cuerpos, quieren parecerse a sus dominadores, por eso adoran la cultura occidental que los aliena con el consumismo y la mentalidad sumisa que propician los medios, como lo hace la explotación con los trabajadores. El maestro Quijano nuevamente nos completa el análisis de la tendencia eurocentrista en gran parte de las y los latinoamericanos.
Aplicada de manera específica a la experiencia histórica latinoamericana, la perspectiva eurocéntrica de conocimiento opera como un espejo que distorsiona lo que refleja. Es decir, la imagen que encontramos en ese espejo no es del todo quimérica, ya que poseemos tantos y tan importantes rasgos históricos europeos en tantos aspectos, materiales e intersubjetivos. Pero, al mismo tiempo, somos tanprofundamente distintos. De ahí que cuando miramos a nuestro espejo eurocéntrico, la imagen que vemos sea necesariamente parcial y distorsionada.
Aquí la tragedia es que todos hemos sido conducidos, sabiéndolo o no, queriéndolo o no, a ver y aceptar aquella imagen como nuestra y como perteneciente a nosotros solamente. De esa manera seguimos siendo lo que no somos. Y como resultado no podemos nunca identificar nuestros verdaderos problemas, mucho menos resolverlos, a no ser de una manera parcial y distorsionada. (Quijano 1992 p.225)
En nuestras culturas aborígenes y raizales, en la mayoría del campesinado, de las y los trabajadores, predomina lo colectivo, la solidaridad, el respeto por el otro, por la otra, por la naturaleza, admiración por la belleza, sin embargo también entre estas comunidades, como en los demás sectores sociales, permanecen antivalores autoritarios, etnocentristas, patriarcales y machistas que occidente ha utilizado para dividirnos, estimulando el individualismo, el egoísmo y la corrupción en toda la sociedad –tanto en lo administrativo como político de los sectores privado y estatal-, en las dirigencias, desde los indígenas, pasando por las comunidades negras, las organizaciones de mujeres, de la juventud, partidos políticos de izquierda, hasta las directivas sindicales de los trabajadores, que se refleja en las luchas por intereses de grupo, y personales; quienes así actúan no ven necesaria la unidad social, política, orgánica con otros sectores populares ni en sus propias organizaciones políticas y sociales, en su ambición de protagonismo de autosuficiencia y “superioridad”; tara ideológica heredada del colonialismo por la oligarquía, que impide la emancipación, la unidad popular y de la izquierda en la construcción de subjetividades desde lo que somos, lo que queremos y lo que podemos ser.
Nuestras identidades culturales y políticas se sintetizan en una ideología dominante que garantiza la sumisión intelectual ante lo foráneo, la atomización de los movimientos sociales y la existencia del capitalismo, como expresión de nuestro colonialismo intelectual o colonialidad. La oligarquía latinoamericana, especialmente la colombiana, siguen siendo vasallas de las potencias de Occidente, ella quiere que de igual manera continúe la mentalidad de esclavos y de siervos en los sectores populares; el racismo que impuso Europa en la colonia, lo impone con su sistema educativo, la propaganda mediática, la exclusión social y con la violencia de su estado terrorista a nuestro pueblo; es esa cultura de la sumisión lo que no nos permite avanzar en nuestra emancipación. Si queremos no solo un mejor país, sino, una mejor sociedad, tenemos que romper los lasos culturales que nos asfixian y nos domestican, además de las estructuras coloniales económicas y políticas capitalistas patriarcales; construir nuevas subjetividades e intersubjetividades, con elementos fundamentales de nuestras identidades, como personas, como sectores y clases populares y como pueblo.
Gonzalo Salazar – 2018
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[1]Racismo/sexismo epistémico, universidades occidentalizadas y los cuatro genocidios epistémicos del largo siglo XVI. Ramón Grosfoguel. http://www.revistatabularasa.org/numero-19/02grosfoguel.pdf
[2]El concepto de «racismo» En michel Foucault y FrantzFanon: ¿teorizar desde la zona del ser o desde la zona del no-ser?.Ramón GrosfoGueluniversityof California, Berkeley, usa. Tabula Rasa. Bogotá – Colombia, No.16: 79-102, enero-junio 2012
[3] Esclavo de Próspero, personaje de la obra de teatro “La Tempestad” de William Shakespeare.
[4]Los negroides (Ensayo sobre La Gran Colombia) Fernando González 1936