Por: Gonzalo Salazar
En el siglo XX la ingeniería genética, la biología molecular, la bioquímica, la bacteriología, la biotecnología, hicieron posible el conocimiento y utilización de una amplia variedad de especies medicinales, de materias primas orgánicas, minerales y sintéticas para la industria y la farmacéutica; con “nuevas” fórmulas y procedimientos;muchas enfermedades hasta hace 50 años incurables pudieron ser tratadas, diezmadas, algunas erradicadas. Con nuevas disciplinas y especializaciones y logística avanzadaen las academias de medicina se lograron muchos descubrimientos en el funcionamiento de los órganos y en la fisiología del cuerpo humano, se pudo estudiar y atacar las causas de muchas enfermedades, taras y deficiencias genéticas; en los países “desarrollados” mejoraron la salud física y ampliaron la expectativa de vida en sus ciudadanos.
Igualmente, el desarrollo de la tecnología médica (instrumental quirúrgico, scanner, hardware y software, equipos complejos con inteligencia artificial) hizo realidad muchos sueños e ideas que buscaban mayor rapidez y precisión en el análisis y el diagnóstico, reducir los tiempos para corregir traumas y accidentes cardiovasculares y cerebrales, para salvar órganos vitales, para tratar enfermedades de alto riesgo (cáncer, diabetes) y enfermedades raras como el lupus, la esclerodermia y la fibromialgia, se optimizaron los procedimientos quirúrgicos y las unidades de cuidados intensivos, mejorando la calidad de vida, acelerando la recuperación de los pacientes
Sin embargo, con las tecnologías y el conocimiento desarrollados a través de la historia, con la producción masiva de todo tipo de mercancías, suficientes para solucionar todas las necesidades básicas de la humanidad, los pobres del mundo continúan sufriendo y muriendo por enfermedades supuestamente erradicadas (también por nuevas) y de fácil curación, entre ellas el dengue y las generadas por el hambre crónica; algunas supuestamente erradicadas como el sarampión, la tifoidea, el paludismo y la tuberculosis, han vuelto a aparecer incluso en países “desarrollados”. En el norte muchas personas se enferman de consumir inmensas cantidades de comida chatarra y gaseosas,otras, por su adicción a los fármacos y ante la pérdida de perspectivas en sus vidas (depresión), no solo se suicidan, sino que masacran a sus vecinos, mientras en el resto del mundo neocolonial sobreviven y mueren víctimas del hambre y de infinidad de enfermedades físicas y mentales originadas en las relaciones sociales de producción y de convivencia capitalistas: los más pobres, los desposeídos.
El uso instrumental que hacen los propietarios de transnacionales de laboratorios farmacéuticos, de productos biotecnológicos ytransgénicos, de plantas de producción de agroquímicos, de semillas y alimentos, (Singenta, Monsanto, Dupont, Novartis, Aventis, Bayer-Basf, Agrobitech, Limagrain, Dounchemical, Astrazeneca, Johson&Johnson, Pfizer, Roche, Glaxo, etc.) convirtió en una inmensa tragedia para la humanidad y para el planeta, la utilización masiva, desproporcionada e irracional de estos descubrimientos y creaciones, en beneficio de una minoría plutócrata de los países autodenominados desarrollados; proceso que destruye la soberanía alimentaria y las posibilidades de autodesarrollo de los países empobrecidos, mientras intoxica a la humanidad, multiplicando los índices de cáncer, destruyendo los sistemas digestivo, respiratorio y cardiovascular de los consumidores de alimentos y medicamentos procesados industrialmente.
Después de adueñarse de los bancos genéticos del mundo, de robar y patentar el conocimiento que de la naturaleza tienen las comunidades aborígenes y los pueblos de los 5 continentes, las transnacionales de la genética y la biotecnología (las ciencias y la “industria” de la vida) del norte se apropian de la información genética de la humanidad y de miles de especies vegetales y animales utilizadas por los pueblos como alimentos y medicinas, convirtiendo el hecho de la vida en una simple mercancía. Negando la producción y la distribución en los países empobrecidos, a costos razonables, los medicamentos esenciales para el tratamiento de enfermedades letales como el sida, la hepatitis B y otras degenerativas como el Alzaimer y el Parkinson. Patologías como la obesidad, la diabetes, las enfermedades coronarias, son minas de oro para las farmacéuticas que condenan a los pacientes a consumir sus medicamentos para toda la vida.
La salud, una de las más caras mercancías, se promociona por todos los Medios de comunicación masiva, introduciendo la incertidumbre entre sanos y enfermos, creando pánico existencial, convirtiendo a los ciudadanos en hipocondriacos, para vender todo tipo de medicamentos; nadie está seguro de cuantas patologías padece, si tiene la talla o el peso perfecto o el estado físico adecuado. Los negociantes de la salud quieren que todo el mundo ande con tapabocas, con guantes, que nadie salude de mano o con un beso, que cada persona cargue agua y jabón para que permanentemente se esté lavando las manos, que estemos indagando diariamente sobre el funcionamiento de cada uno de nuestros órganos en sus EPS, IPS y clínicas; nos quieren convertir en maniáticos del aseo, los cosméticos y los fármacos. Hasta parir naturalmente –en casa con asistencia de parteras o médicos tradicionales, acompañadas de algún familiar- se convirtió en delito, en algo sucio, para las mujeres y para las transnacionales de la farmacéutica; es la cesárea la forma “civilizada“de dar a luz a una nueva persona, que ya puede ser parida por una máquina sin ningún contacto con otro ser humano (la sala de partos se convirtió en sala de torturas para la madre y el neonato, y el parto en una operación quirúrgica de alto riesgo) igualmente dar de mamar a sus hijos se volvió algo obsceno, sucio y antiestético para las mujeres, para las empresas de productos lácteos y para las cosmetólogas y esteticistas.
A este paso vamos a terminar andando con una droguería en el bolsillo, haciendo el amor con medios cibernéticos, respirando a través de máscaras, alimentándonos por vía intravenosa, engendrando los hijos por inseminación artificial para no contaminarnos con los virus de la pareja; parece como si los virus de la gripe aviar, de la porcina, el VIH, el dengue, el chicungunya, el zika, (hasta el ébola) hubiesen sido inventados con el fin de separar y aislar a las personas y comunidades, además de reducir en algunos territorios la población “sobrante”. Analgésicos, anestésicos, narcóticos y antibióticos son la base de la medicina occidental, para los tratamientos de las enfermedades, atacando y previniendo el dolor; medicamentos que generalmente terminan siendo los más “eficaces” en la inmediatez. Todo porque la medicina alópata no trata las causas sino los síntomas, el dolor, porque las transnacionales farmacéuticas necesitan vender y obtener mayores ganancias.
Tratamientos formulados en programas de radio, televisión e Internet ofrecen el elixir de la eterna juventud, el medicamento para cada dolencia, la máquina y el programa para obtener la figura perfecta, o la clínica que le quita, le pone, le cambia o le vende el órgano que quiera; sin profundizar ni combatir las causas originarias fisiológicas o sociales de las patologías. Igualmente ocurre que la mayoría de las enfermedades, solo se pueden tratar o detener –temporalmente- mediante el consumo de antibióticos sintéticos industriales, con la aplicación de quimioterapias, radioterapias o con la amputación de los órganos afectados, únicas alternativas aceptadas como científicas y legítimas, frente a otras terapias y disciplinas no occidentales que ven al ser humano como integral -relacionado íntimamente con el medio natural y social en que vive-, capaces de generar naturalmente procesos de regeneración, recuperación y cicatrización en sus organismos, con terapias y ayuda de productos naturales o de procedimientos no invasivos, mejorando la calidad nutricional de los alimentos. Así mismo, las vitaminas, proteínas y minerales esenciales en el mantenimiento de la salud solo se pueden adquirir consumiendo productos sintéticos de los elementos naturales, porque para los traficantes de la salud lo natural es deficiente, sucio e inocuo.
La medicina alopática se rige por la lógica capitalista: utilidad, eficacia, rapidez. La mayoría de los medicamentos producidos industrialmente mediante procesos bioquímicos, transgénicos y biotecnológicos, atacan algunos síntomas aliviando temporalmente la parte afectada, mientras dañan otros órganos del paciente, pues son diseñados para aliviar local y temporalmente una dolencia, (especialmente los analgésicos y antidepresivos) generando dependencia; o sea, el objetivo de la medicina no es curar, como responde Richard J. Roberts Premio Nobel de Medicina 1993.
Porque las farmacéuticas a menudo no están tan interesadas en curarle a usted como en sacarle dinero, así que esa investigación, de repente, es desviada hacia el descubrimiento de medicinas que no curan del todo, sino que hacen crónica la enfermedad y le hacen experimentar una mejoría que desaparece cuando deja de tomar el medicamento… Pues es habitual que las farmacéuticas estén interesadas en líneas de investigación no para curar sino sólo para convertir en crónicas dolencias con medicamentos cronificadores mucho más rentables que los que curan del todo y de una vez para siempre[1].
Durante el s. XX Científicos humanistas de muchas partes del mundo, algunos de los países “desarrollados”, han descubierto y desarrollado medicamentos y procedimientos no invasivos, sanadores (contra enfermedades graves o terminales como el cáncer) alternativos y económicos a los aplicados y promocionados por las farmacéuticas transnacionales de la salud, sin embargo, ninguno de estos descubrimientos son aplicados ni difundidos por la medicina alópata, porque en su mayoría fueron desaparecidos junto a sus inventores y descubridores.
La medicina comercial industrial no es producto de las investigaciones de los científicos de las transnacionales de la farmacéutica y de la tecnología clínica quirúrgica, o desarrolladas únicamente en laboratorios biotecnológicos y bioquímicos ubicados en los centros o metrópolis del capitalismo; es producto de la expropiación de conocimientos, especies y procedimientos de muchas culturas y pueblos del mundo durante muchos años, que occidente ha acumulado, aislando y sintetizando los componentes activos de las especies utilizadas. Las farmacéuticas han frenado la investigación y producción de medicamentos sanadores, porque estos no generan ganancia. La Big Farma, el cartel global de los medicamentos, las investigaciones y biotecnologías médicas es tan poderoso como los complejos industriales militares o financieros de Occidente, como el FMI, el BM o la OMC; prácticamente están en sus manos las vidas de más de la mitad de los habitantes del planeta
Los pueblos en todas las latitudes han desarrollado sus propias terapias y medicinas, utilizando diversos elementos de la naturaleza, basadas en sus cosmovisiones y cosmogonías, todas con altos grados de aceptabilidad y eficiencia en sus respectivos territorios. Estas medicinas, con la mundialización del capital, pasan a ser alternativas en los territorios donde se han desarrollan y aplicado, junto a otras terapias que combinan medicamentos, tecnologías y procedimientos modernos y ancestrales. Las terapias y medicinas alternativas y tradicionales locales de la periferia, aplicadas con la visión occidental, (comercializadas) también son objeto de expropiación por las empresas de la medicina oficial, como en el campo agroalimentario, en el cual lo limpio, orgánico y natural pasó a ser patentado por las transnacionales de la genética, la bioquímica, la farmacéutica y la biotecnología.
Cuando se habla de salud, casi siempre los ciudadanos la entienden como salud física, pues es lo que todos conocemos como bienestar, pero el dolor, la incapacidad para movernos libremente, para mantener la alegría, para realizar las actividades que requieren esfuerzo físico o mental nos recuerda que podemos estar enfermos. Y lógicamente que la enfermedad es la principal preocupación objeto de tratamiento, buscando, cuando se presenta, el diagnóstico, que en nuestra sociedad lo encontramos en el concepto del médico, en la institución de salud; luego viene toda la problemática para recuperar la salud –y la angustia de quienes no tienen dinero para comprar los medicamento, pagar las consultas y o los procedimientos, incrementándose la enfermedad-, sin embargo, el malestar continúa en la mayoría de los casos con el ajetreo de los problemas que las personas vivimos, con la impotencia que nos nubla el pensamiento y la razón, que nos lleva a estados sicológicos (cuando no son problemas fisiológicos neurológicos) emocionales y mentales en que nos induce el medio social en que vivimos, el que a la vez genera la mayoría de las enfermedades físicas y mentales; para la medicina humanista-humanitaria lo importante no es la enfermedad, es el tratamiento de la persona en su entorno social y medioambiental.
El derecho al derroche, privilegio de pocos, dice serla libertad de todos. Dime cuánto consumes y te diré cuántovales. Esta civilización no deja dormir a las flores, ni a las gallinas,ni a la gente. En los invernaderos, las flores están sometidasa luz continua, para que crezcan más rápido. En las fábricas de huevos, las gallinas también tienen prohibida lanoche. Y la gente está condenada al insomnio, por la ansiedadde comprar y la angustia de pagar. Este modo de vida no esmuy bueno para la gente, pero es muy bueno para la industria farmacéutica.(Galeano, 2005).
Ninguna de las sociedades anteriores generó tantas enfermedades físicas y mentales, tanta frustración, tanto sufrimiento, tanta incertidumbre, tanta infelicidad a la humanidad, que la sociedad capitalista, pues el consumismo es en sí una pandemia con muchos síntomas que se interpretan como virtudes: al egoísmo le llaman autoestima, pasar por encima de los demás arrollándolos y destruyéndolos física, mental y socialmente en busca de objetivos personales es pragmatismo; a la sicopática avaricia de los capitalistas le dicen éxito emprendedor; la depresión, la soledad (en medio de la multitud anónima) la angustia existencial, el alcoholismo y la drogadicción, producto de la dinámica, la violencia y la injusticia del capitalismo son simples “efectos colaterales”, igual que los genocidios, la destrucción de los ecosistemas, el hambre y la miseria, que no se tienen en cuenta a la hora de evaluar el crecimiento económico, síntesis del progreso capitalista.
Siquiatras, sicólogos, sociólogos, sexólogos, abogados, pastores, sacerdotes, todo tipo de asesores y consejeros sociales y “espirituales” (con la cosmovisión occidental), tratan de explicar el comportamiento criminal y “anormal” de los individuos, de devolver al redil del capitalismo a los desadaptados, a los traumatizados, a los degenerados a los dementes, violadores y abusadores sexuales, atracadores callejeros, consumidores de estupefacientes, sicarios y secuestradores, a los pacifistas, a los rebeldes sociales; debaten y analizan esos especialistas la degradación mental y moral de estas personas, que como cosa curiosa, la mayoría resultan ser pobres. Diagnostican –a través de los medios de comunicación masiva- diversas patologías que se transforman, según ellos, en taras genéticas imposibles de corregir, convirtiendo a padres, hermanos, tíos, abuelos, amigos y vecinos en potenciales criminales, en insanos elementos de la sociedad y a los pobres en culpables de su propia situación de angustia, violencia y abandono. Nunca esos profesionales y científicos prescriben las terapias ni los medicamentos sociales para prevenir o para el tratamiento de estos males, porque no es de su interés profundizar en las causas económicas, sociales y culturales, ni en la responsabilidad del Estado para combatirlos.
Ni al Estado ni ala sociedad capitalista les interesa la impunidad de los crímenes de lesa humanidad ejecutados por los dueños del gran capital nacional y transnacional, legal e ilegal, verdaderos sicópatas genocidas, enfermos mentales (expoliadores, corruptos, pedófilos misóginos), destructores de pueblos, de culturas y de la vida; los más grandes criminales dueños y dirigentes de las grandes corporaciones transnacionales del sector financiero, de la farmacología, la biotecnología y la industria de la guerra, de la industria alimentaria, del comercio internacional, de los Medios masivos, de la gran minería, autores intelectuales de guerras imperialistas, ordenadores y ejecutores del Neocolonialismo y el Neoliberalismo, que envenenan e invalidan a la humanidad con todo tipo de mercancías contaminantes e innecesarias, incluyendo el narcotráfico y la farmacéutica moderna. Pues los Estados solo atacan los efectos (como lo hace la medicina occidental) de su criminal modelo económico depredador y destructor de lo bello y lo grande que existe en la naturaleza y en la humanidad.
Los criminales psicópatas esquizofrénicos, ejecutores ordenadores y directores de genocidios, imposibles de corregir o recuperar, se les debería juzgar públicamente por tribunales populares, deberían internarse en anexos psiquiátricos de máxima seguridad, asegurados con camisas de fuerza y alejados de la humanidad por el resto de sus vidas (serían las únicas cárceles y los únicos presos), mostrando permanentemente por los medios de comunicación éticos sus verdaderos rostros a la humanidad, y sus atrocidades, para que nunca se olvide el horrorla injusticia y la ignominia; y quienes tengan la posibilidad de recuperación mental y humana, que el resto de sus vidas se les obligue a servir personalmente en actividades humanitarias (educativas, culturales, de salud) a las comunidades y sectores sociales victimas de sus crímenes. Sería la mejor asepsia hecha a la humanidad y al planeta acabar con el sistema capitalista y detener a sus agentes e ideólogos, no ejecutándolos o escondiéndoloscomo hacen los imperialistas con inmigrantes, disidentes, negros, latinos y de otros pueblos del mundo,dentro y fuera de su territorio, pero también formular y administrar los medicamentos esenciales, las terapias para recuperar la vitalidad solidaria, la dignidad, la compasión, el respeto, la fraternidad del ser. USA, la supuesta mayor “democracia” del mundo es el país que más cárceles y prisioneros tiene, no solo en su territorio, donde es normal que todos los ciudadanos posean y utilicen armas de guerra, además de ser el que con más constancia aplica legalmente la tortura y la pena de muerte contra sus enemigos, el único país que ha masacrado pueblos enteros en todo el mundo y explotado bombas nucleares contra la humanidad, queriendo borrar u ocultar las atrocidades de su sistema económico y social con la moral hipócrita de su cultura imperialista, lo que denota patologías paranoicas psicopáticas y esquizofrénicas en esa sociedad; modo de vida que trata de imponer a los demás países, pues es el mayor productor de armas en el mundo.
La peor de las enfermedades mentales generadas por el capitalismo es la amnesia, pues se quiso borrar el pasado haciendo creer a los ingenuos que había llegado el fin de la historia, infundiendo a los ilusos que el desarrollo tecnológico y la difusión de desinformación a través de las TIC, borran las diferencias sociales y acaba los males de la sociedad; así como intentan borrar los genocidios de las guerras mundiales, las guerras de despojo, ejecutados por el capitalismo en su historia contra los pueblos, y sobre todo, limpiando los nombres de quienes han sembrado el terror con la explosión de bombas atómicas contra la población civil y que continúan masacrando pueblos a nombre de la libertad, la democracia y el progreso. Es necesario estimular la memoria colectiva del pasado y el presente, imprimiendo en el consiente y en el subconsciente la necesidad de luchar por la justicia, la libertad y la dignidad de las personas y los pueblos, como terapia regenerativa. Un ejemplo de esto es la persistente y heroica lucha de las madres de la plaza de Mayo en Argentina, por la memoria y la justicia de un genocidio. Un caso de dignidad desde el lado de los victimarios fue el de Claude Eatherly, quien después del 6 de agosto de 1945 pasó el resto de su vida (hasta su desaparición) pidiendo justicia para uno de los más horrendos crímenes contra la humanidad realizados por USA: quería que se le juzgara como criminal de guerra, pero lo convirtieron en héroe de guerra, lo declararon enfermo mental; el diagnóstico de los psiquiatras fue: “Paciente completamente enajenado de la realidad. Miedos, crecientes conflictos internos, pérdida de los sentidos, ideas fijas.”[2]Fue el piloto que dejó caer la bomba atómica en Hiroshima y que tuvo dignidad para reconocer el crimen.
Toda deficiencia sicológica o mental del individuo adaptado-alienado en esta sociedad se llena con el consumismo, el entretenimiento mediático, el trabajo extenuante y las drogas -entre ellas el fanatismo religioso y el deporte comercial-, pero hay quienes no pueden ni quieren acceder a estos placebos: los marginados no productores ni reproductores del capitalismo, ni los consumidores, los prescindibles, que no poseen absolutamente nada de lo que el capitalismo ofrece y define como bienestar de esta sociedad física y mentalmente enferma. El espíritu violento competitivo del capitalismo obliga a los individuos a buscar objetivos extremos y absurdos (el hombre más gordo, la mujer más flaca, el más feo, la más bonita, la más baja, el más alto, el que conduce más rápido, el más rico, el que más vende, la que más compra, el que más trabaja, etc.); casi siempre atentando contra su propia humanidad y contra la de los demás. Un estado patológico maniacodepresivo, obsesivo que contagia a toda la sociedad, llevando en muchos casos a los individuos a la esquizofrenia, al crimen y al suicidio, o a la total indiferencia de lo que pasa en el mundo y en sus propias vidas, cuando alcanzan o cuando no logran sus metas, cuando pierden la dignidad y la esperanza.
La cultura occidentalpropone “mente sana en cuerpo sano” como paradigma del bienestar individual, pues la “buena” salud física, promovida por los medios de comunicación masiva, es fácil de simular con buena alimentación y asistencia médica oportuna y preventiva por quienes tienen los recursos económicos y culturales para acceder a ella, pero la salud mental es difícil de definir y de alcanzar en esta sociedad, empezando con que pocas veces el paciente acepta su condición, mientras el Estado y la sociedad toleran, protegen y hasta elogian a esquizofrénicos peligrosos y psicópatas con poder político y/o económico, presentándolos como ejemplos de cordura, inteligencia, rectitud y bondad, pues la mayoría de los dirigentes y administradores de los Estados capitalistas padecen estas patologías imponiendo regímenes terroristas, crueles y corruptos, lo mismo pasa en las corporaciones transnacionales y en las instituciones llamada “multilaterales”.
En las altas esferas del poder se pierde el respeto y la consideración por los seres humanos, por la naturaleza y la Ética como rectora de las relaciones humanas, lo que refleja una insania que se difunde a nivel global por las grandes corporaciones privadas, entidades llamadas internacionales y multilaterales, los medios de comunicación masiva y la educación. En el capitalismo la buena salud mental se reduce a obedecer los mandamientos de la religión del mercado, a ser copia exacta de estereotipos maniáticos-as del gimnasio, (violentos ostentosos, superficiales, egoístas, indiferentes ante las tragedias humanas) fabricados en las metrópolis imperialistas por especialistas del glamur, la cosmética, la estética, la moda, los gimnasios y las bebidas energéticas; presentados y enaltecidos por los medios masivos de comunicación como modelos de consumo. Ahora resulta que todos y todas debemos ser flacos, deportistas, bonitas, jóvenes, individualistas, violentos y “exitosos” para estar saludables y felices.
La privatización de la salud es una política neoliberal planeada en los 60 del siglo pasado por el sector financiero y las transnacionales de los laboratorios y los seguros, aplicada desde los ochenta por las oligarquías nacionales mediante la apertura económica Neoliberal y los TLC, con el desmonte de servicios y garantías sociales brindadas por los Estados, (reformas pensionales, reformas laborales), lesivas a los intereses de los trabajadores y de sectores vulnerables. Este modelo que raptó la seguridad social a los trabajadores también despojó a los países de la periferia de su soberanía y sus recursos naturales y energéticos a nombre del progreso. Los cambios políticos ocurridos en Latinoamérica en los últimos 20 años, especialmente en el sur, en los que los pueblos eligieron gobiernos democráticos y progresistas, han frenado y en algunos casos reversado procesos de privatización de servicios y derechos sociales como la salud y la educación. Lo mismo han hecho el resto de los pueblos en el mundo, movilizándose en las calles, denunciando e impidiendo en muchos países la ejecución de estos planes por los dueños de las farmacéuticas y los servicios de salud.
En Colombia vivimos la deshumanización de la vida, propiciada por la avaricia del sector financiero que privatizó la salud (ley 100 de 1993 propuesta por el entonces congresista Álvaro Uribe Vélez) imponiendo mecanismos colonialistas como aperturas económicas y TLC, mediante la cual las transnacionales de la farmacéutica elevaron los costos de los medicamentos a niveles de joyas preciosas, que impide a los pobres el acceso a los servicios de salud, bien sea subsidiada, o contributiva; lo que ha llevado a la ignominia, llamada el “paseo de la muerte”, en el que los pacientes pobres recorren las ciudades por EPS, IPS, ARL, clínicas y hospitales, buscando atención médica, una orden o algún medicamento, muriendo en muchos casos en las puertas de estas instituciones. Este hecho sintetiza la tragedia que sufre el pueblo colombiano. Los marginados prescindibles del capitalismo no cuentan a la hora de las coberturas como pacientes o usuarios, si no producen ni reproducen al sistema, si no tienen capacidad de consumir; cada día se amplía este sector que se vuelve inexistente en las estadísticas.
Supuestamente la cobertura en salud subsidiada (estratos 1, 2 y 3) era en 1990 del 82% pasando en 2005 a 96%, los problemas por la administración continuaron y se multiplicaron, porque las EPS y ARS no cubren el suministro de medicamentos esenciales ni la ejecución de exámenes y tratamientos complejos o de enfermedades de alto riesgo; obligando a los pacientes a sufrir o a interponer Acciones Jurídicas para reclamar. Los problemas de la salud están relacionados más con las formas del trabajo, la pobreza, la ignorancia y la violencia, con la clase de sociedad y el modelo económico que nos rige, que con la medicina; muchas de las enfermedades tienen su origen en la pobreza, el stress y la desnutrición. Ampliar la cobertura repartiendo carnéts, reduciendo servicios y medicamentos en el POS, reduce la calidad de la atención en salud. Una población sana no es la que más va al médico ni la que más drogas consume, tampoco los problemas de salud pública se solucionan construyendo lujosas clínicas privadas o adquiriendo altas tecnologías a las que no tienen acceso los que más lo necesitan.
Los más grandes casos de corrupción se están dando en los últimos 25 años en el sector de la salud colombiano, el cual ha estado manejado por las mafias del sector financiero, funcionarios corruptos del Estado y paramilitares, quienes utilizaron los recursos del sector para enriquecerse y financiar la guerra contra el pueblo (es paradójico, la institución encargada de mantener la salud y mejorar la calidad de vida, administrada por genocidas). Todavía no se sabe cuántos billones (hasta el 10 de julio de 2012 se calculaba en más de 28 billones de pesos) se están robando las mafias privadas, como no se sabe si son más las victimas por la guerra o por la negligencia e insolidaridad de las EPS en este tiempo. Lo cierto es que este modelo de salud colapsó después de cumplir el objetivo para el que fue creado: enriquecer a las mafias financieras y a los laboratorios farmacéuticos (lo mismo pasará con los fondos de pensiones y de cesantías). Este modelo neoliberal de salud quebró a toda la red de salud pública, cerró hospitales (188 hasta 2013 en todo el país), puestos de salud en sitios de mayor población y de mayor vulnerabilidad; las campañas de prevención y la asistencia médica para los pobres fueron mercantilizadas, mientras los pacientes (ahora clientes o usuarios) son atendidos de acuerdo al aporte económico que haga cada uno, y la profesión médica pasó a ser una actividad técnica más que se mide por su rentabilidad y eficiencia, en la que el galeno se convierte en un promotor de los productos de las transnacionales de la farmacéutica y productor de ganancias para las EPS, tratando solo una dolencia o patología por paciente. Hasta hace pocos años era común ver una fila de promotores de productos farmacéuticos o visitadores médicos en las puertas de los consultorios, -ahora son virtuales, que les llegan a su correo personal- entregando muestras “gratis” de nuevos medicamentos que los médicos no alcanzan a conocer científicamente, pero que las transnacionales farmacéuticas les ordenan prescribir a cambio de beneficios económicos o de reconocimientos en revistas “científicas”, con invitación a simposios internacionales y viajes turísticos, que organizan esas corporaciones.
El negocio de los medicamentos: los tratamientos médicos, los procedimientos terapéuticos quirúrgicos, las aseguradoras, se rige por las normas del mercado, donde lo importante para las transnacionales de la medicina y los seguros no es el o la paciente, sino, el poder adquisitivo de sus ingresos y los recursos que el Estado aporta para el sector salud, por lo que jurídica y administrativamente además de las EPS el neoliberalismo ha creado el subsector de Salud Ocupacional, en el que todo trabajador y empleado debe afiliarse a una Administradora de Riesgos Laborales (ARL, antes ARP).
Hoy toda empresa debe contar con su departamento de Salud Ocupacional, con el objetivo de reducir los riesgos de accidentes, enfermedades originadas en las posturas, los movimientos, los ambientes laborales, no tanto para favorecer al trabajador o trabajadora, sino, para reducir los costos de producción o prestación del servicio que genera la incapacidad laboral del/la trabajadora, según el caso; sin embargo, cuando la dolencia, el evento, accidente o patología se manifiesta en el trabajador/a, es toda una odisea para que el paciente pueda acceder a una correcta valoración, a la atención correspondiente, a los procedimientos, tratamientos y medicamentos para restablecer su salud, y que le declaren justa su incapacidad laboral, pues tanto los patronos, el Mintrabajo como las aseguradoras de riesgos,buscan por todos los medios echarles la culpa de los accidentes y sus enfermedades laborales a los trabajadores, pues los empresarios convierten las enfermedades de origen laboral en enfermedades comunes adquiridas fuera de los puestos de trabajo; luego el o la trabajadoracontinúa con la tragedia de conseguir que le paguen las incapacidades, las indemnizaciones, que le asignen la pensión si la incapacidad es permanente; en últimas, es el trabajador/a quien paga todos los costos económicos y sociales de esta política de “seguridad social”, especialmente lo/as trabajadoras no sindicalizadas.
Ante esta situación los sindicatos mediante la legislación laboral y sus convenciones buscan desmentir las acusaciones contra lo/as trabajadoras, disminuir los riesgos y agilizar los trámites y la atención requerida, empezando con la participación en comités paritarios de seguridad laboral y Salud Ocupacional en las empresas, educando e informando sobre estos aspectos a sus trabajadores y trabajadoras. Esta lucha debe incluir a los y las no sindicalizadas unidos a las luchas de los demás sectores populares y comunidades contra este sistema de salud, exigiendo un sistema nacional de salud subsidiado, solidario y eficiente administrado por los trabajadores y las comunidades locales con apoyo económico de Estado.
Los trabajadores de la salud (médicos, enfermeras, científicos, personal operativo), los sindicatos, las asociaciones médicas, de enfermeras, de usuarios, las asociaciones de pacientes, las universidades, los estudiantes de medicina, los pensionados, los movimientos sociales, las organizaciones populares tienen la responsabilidad de defender la salud pública, de exigir al estado el cumplimiento de garantizar el derecho a la salud a todos y cada uno de los colombianos y colombianas en forma equitativa; la salud debería ser administrada democráticamente por las comunidades locales y regionales coordinadas nacionalmente. Deben promover el debate junto a estas comunidades hacia la construcción de una política de salud democrática, que integre investigación científica, tecnologías, conocimientos académicos y ancestrales, medicinas naturalistas, terapias alternativas y tradicionales populares, y personal médico de estas disciplinas; a clínicas, hospitales, universidades y laboratorios estatales; que integre sectores sociales y servicios en sistemas locales y regionales, articulados en un único Sistema Nacional de Salud; como un derecho sin valor de cambio, más económico, eficiente y humano. Promover el encuentro y el diálogo de prácticas y saberes de la salud y la medicina de mucho beneficio para la sociedad, pues ninguna terapia, disciplina o tendencia tiene la verdad acabada, por el contrario, todas se pueden complementar y enriquecer. Afortunadamente en 2013 se dieron movilizaciones masivas a nivel nacional con participación de profesionales y estudiantes de la salud, pacientes subsidiados y cotizantes, que indican una real preocupación y oposición a la pretendida reforma promovida por el gobierno.
Sin embargo estas movilizaciones no garantizan por si solas mejorar el diagnóstico y el tratamiento de la salud pública, porque sigue siendo el mismo modelo económico y social basado en la desigualdad, la exclusión y el autoritarismo, es necesario crear alternativas de organización comunitaria desde lo local, redes populares de saludque asuman el manejo del sector; se requiere un fuerte movimiento nacional que busque eliminar las causas originarias de esta problemática y construir un Sistema Popular de Salud, en unidad con todos los sectores populares, fundamentado en la prevención, la calidad nutricional de los alimentos y en el bienestar psicosocial de las personas y comunidades.
Por la salud nos jugamos la vida, aunque los dueños de la medicina crean que la tenemos perdida. La salud para los sectores populares debe volver a ser pública y gratuita como lo debe ser la educación y la formación profesional, derechos que debemos exigir al estado, y que en el futuro un gobierno democrático popular o de transición debe establecer. La salud debe ser dirigida y administrada democráticamente por las comunidades locales y regionales, con aportes propios y estatales, respetando y promoviendo el ejercicio de la medicina tradicional de las comunidades indígenas y afros en sus territorios rurales y urbanos, respetando el ejercicio y acceso a profesionales y pacientes que utilizan terapias alternativas nacionales y de otras culturas, que consideran a los seres humanos como integrales y dependientes de la naturaleza; sosteniendo un diálogo e intercambio de conocimientos y saberes permanente con la occidental en nuestro país.
Luchar por la salud para el pueblo es luchar por la vida, por la soberanía alimentaria, por el presente y el futuro de nuestros hijos, por la autonomía de una democracia popular capaz de atender la salud física y mental de todos y cada uno de los colombianos-as, de investigar, producir los medicamentos esenciales y los medicamentos naturales realmente sanadores (genéricos farmacéuticos y botánicos), de forma gratuita, acabando con el monopolio de las farmacéuticas privadas y transnacionales; democracia capaz también de acabar con la desigualdad y la injusticia social, generadoras del 90% de la violencia y de las enfermedades físicas y mentales, construyendo un nuevo país. Por lo que es necesario sustraer al concepto de medicina alopática su carácter rentable e infalible; sin negar ni dejar de utilizar partes importantes de la medicina occidental como el diagnostico, la tecnología y los conocimientoscuando sea realmente necesario, con una visión humanista en la investigación y la aplicación de las ciencias y tecnologías médicas.
Ni las vacunas, ni la propaganda de las empresas privadas farmacéuticas con sus medicamentos analgésicos, antibióticos ycronificadores, consus programas mediáticos sobre gastronomía y salud, ni la construcción de lujosas clínicas dotadas con toda la tecnología de punta de las EPS, ni la multiplicación del número de especialistas, pueden cambiar las malas condiciones de ésta en la población que no cuenta con recursos para pagarla. Además de la atención gratuita, eficiente y oportuna, la mejor prevención de la enfermedad está en una alimentación-nutrición sana, suficiente, adecuada a la edad y a la actividad física, unida al bienestar emocional, mental y social, mejor dicho: la salud para el pueblo es la comida bien preparada -producida por nuestros campesinos-repartida con justicia y en paz, servida en el plato de una democracia realmente participativa y decisoria.
Gonzalo Salazar marzo de 2018
[1]Tomado de http://mundosholograficos.blogspot.com.co/2011_11_01_archive.html
La entrevista originalmente fue publicada por el diario español La Vanguardia en 2011:
[2]El Mundo En Guerra: consideraciones sobre el derecho a la normalidad. –Santiago Alba- www.rebelion.org 10 -12 – 2004