POR: LAURA SOTELO*
laurasotelo@yahoo.com.ar
RESUMEN
En la presentación que hacemos, ponemos a discusión la importancia de la literatura en la obra de Marx, al punto de cuestionar si es posible, a la vista de esta importancia, hablar de un «método» en Marx. El artículo desarrolla el tópico de la literatura de la época en la que Marx escribe y a la cual hace referencia en el libro Los grandes hombres del exilio (la «literatura de la sensibilidad»), tratando de poner de relieve su relación con la historia. También la discusión del género al que pertenece el libro tiene importancia: se trata de una «farsa», que deja muy en claro qué significa que «la historia se repite dos veces», la “segunda vez como farsa». Por último, el artículo discute la pertenencia de Marx a la bohemia de exiliados en Londres sobre la que el libro versa.
De todos los malentendidos sobre la obra de Marx y Engels, tal vez la falacia de mayor alcance haya sido que el marxismo constituye un sistema, una suerte de teoría auto-inteligible que permitiría comprenderse a sí misma y al mundo, gracias a la cohesividad de sus principios internos. La fe doctrinaria ha acompañado las más de las veces, durante el siglo XX, la voluntad de traducir, a la lengua abreviada de la “última instancia” económica, un pensamiento reñido con leyes ultimatistas, in- dependientes todo contexto. Con la caída de la Unión Soviética y los países de su órbita, con la crisis de sus garantes soberanos –la “personalidad” del jefe, el partido único– la debacle del DIAMAT y la ciencia proletaria, se ha abierto la posibilidad de un acceso más desprejuiciado pero más atento a los textos de Marx y Engels, y con ello, nuevas chances de lecturas y recreaciones libres de tutelas exegéticas.
Marcello Musto ha llamado la atención sobre el carácter inconcluso de la obra fundamental de Marx, El Capital1: la diseminación desordenada e inacabada en que encontraban no sólo esa, sino casi todos los manuscritos inéditos de Marx a su muerte, constituían un rompecabezas difícil de componer en una sola imagen, un rompecabezas cuyas piezas no encajaban muy fácilmente en un todo sólido e inmóvil. En contraste con célebres intentos de esforzada interpretación canónica, que presuponían un corpus sin lagunas y completo, lo que Marx dejó en manos de Engels fue una multiplicidad de escritos, en partes legibles, en parte ilegibles, cartas, proyectos y cuadernos de estudio, que constituyeron luego el legado (Nachlaß) problemático de su obra. La socialdemocracia alemana casi no editó estos textos y el estalinismo los canonizó en las ediciones oficiales del PCUS, cuyos protocolos interpretativos suministraban los manuales infalibles de la Academia de Ciencias de la URSS.
Puede augurarse que lectura de Los grandes hombres del exilio tendrá, para el lector escrupuloso, un efecto dispersivo sobre restos esquemáticos del “materialismo his- tórico” y el “materialismo dialéctico”, al provocar la mera curiosidad metódica:
¿Cómo encajar una obra irreverente como ésta, mezcla de historia, literatura, hu- mor y detracción descarada, dentro del marco de un sistema racional de leyes de la historia y del pensamiento? El encastre de Los grandes hombres del exilio dentro de un materialismo doctrinario ralentizante, siempre igual a sí mismo, es una tarea baldía y de aliento estrecho; por el contrario, lo que el texto permite calibrar es la cuali- dad fuera de serie de la concepción revolucionaria marxista de 1848, frente al esquematismo de cualquier sistema. La hipótesis del “sistema Marx-Engels” sale va- puleada de la lectura de este texto, por la fuerza de una ironía historiográfica que apela, como recurso figurativo, al escarnio de las biografías. El contenido se des- pliega en la forma de una comedia de la heroicidad burguesa, de una Batriacomiomaquia de “grandes hombres” que disputan batallas ya perdidas en Francia, Alema- nia, Austria, Polonia e Italia. No sólo las constantes apelaciones a la literatura, o el efecto de dramaticidad teatral con que aparecen los personajes históricos resulta transgresivo al “canon” del materialismo vulgar: la mera transposición narrativa de sucesos de las revoluciones de 1848 en una clave literaria, escandaliza la sobriedad conspicua del Diamat y disuelve el duro registro del materialismo vulgar en aguas revoltosas y burlescas.
Cuando se cavila un poco sobre Los grandes hombres…, se entiende que no fuera de las preferencias de los funcionarios socialdemócratas de fines del siglo XIX, y que cayera apenas en gracia a los posteriores dirigentes de disciplina moscovita. El hecho de que líderes democráticos radicales como Kinkel y aún los más rojos, como Willich2 fueran retratados como ególatras culturalmente conservadores, con- vencidos de su papel histórico supremo, debe haber sacudido con horror el con- formismo intelectual socialdemócrata, y resultar también lesivo al autoritarismo soviético.
La forma paródica escogida por los comunistas, para presentar a los revolucio- narios democráticos del 48, no es independiente del contenido de los sucesos his- tóricos que caracterizan el momento en que “Los grandes hombres del exilio” fue concebido: tras el golpe de estado de Luis Bonaparte el 2 de diciembre de 1851, terminaba en Europa el período revolucionario abierto en febrero de 1848 y en to- das partes la fuerza de la reacción se afianzaba con renovado vigor. Si antes del gol- pe del Luis Bonaparte podía quedar alguna expectativa de reedición del movimien- to revolucionario, la dictadura bonapartista disipó toda ingenuidad o confusión al respecto.
El opúsculo fue redactado en 1852, poco tiempo después de haber comenzado el largo exilio inglés del que Marx nunca regresaría, precisamente cuando los últi- mos fogonazos de la revolución europea se extinguían para las próximas dos déca- das y era ya posible extraer lecciones escarmentadas sobre las formas y perspectivas de los alzamientos revolucionarios del siglo XIX y XX. El análisis detenido de las causas de la derrota, la precisión estratégica de la orientación a largo plazo de los comunistas, la inmediata separación tajante de todo aventurerismo subjetivista, la comprensión de las condiciones y límites de la revolución proletaria del siglo XIX, fueron móviles principales en los textos de Marx y Engels durante este período.
En la edición de las MEW de 1960 3, Marx y Engels son referidos como únicos autores de la obra; la edición de las MEGA de 19854 hace constar la colaboración de Ernst Dronke.5
El manuscrito no tocó la imprenta en vida de ellos y la autoría no fue certifica- da con derechos por nadie; no obstante, el contexto de su documentación, discu- sión y escritura parece haber incluido aportes y colaboraciones menos célebres: Jenny Marx y varios miembros de la Liga de los Comunistas fueron activos partíci- pes en la recolección del material documental de periódicos, circulares y noticias que fuera utilizado como fuente; y serían Ernst Dronke y Friedrich Engels sus auto- res principales. El hecho de que haya sido producto de un trabajo colectivo en el que Marx no jugó un papel principal6, revela hasta qué punto la cosmovisión de Marx, Engels, Jenny, Dronke, Moll y otros miembros de la Liga Comunista, se for- jó en la producción de escritos e ideas colectivas.
Las vicisitudes editoriales que hubo de sortear la obra incluyeron intriga policial y espionaje, más adelante ocultamiento y censura, tras eso, edición canónica; final- mente, luego de la primera edición alemana de 1960, el segundo proyecto de las MEGA provee un detallado aparato crítico que remedia, en parte, la omisión secu- lar de esta obra.
Marx se refiere a “Los grandes hombres del exilio” en una breve noticia escrita para Belletristisches Journal und New-Yorker Criminal-Zeitung del 5 de Mayo de 18537, en la cual relata la celada que le tendió un espía húngaro, Banya, para robarle una copia del texto, a cambio de £ 27 que le pagó a Marx como adelanto de su edición en Berlín. Banya le dijo a Marx que conocía a un tal Eisermann que estaba intere- sado en publicar la obra, y se ofreció como mediador del proyecto, tras lo cual se esfumó sin dejar rastros. Marx no lamentaba, en la nota donde cuenta esta his- toria, el hecho de que Los grandes hombres del exilio haya terminado en manos de la policía prusiana, porque allí no había nada valioso para ella. Lo que más lamen- taba era no haber podido contribuir con un texto de combate, a la crítica de los hé- roes de la derrota del 48, en el momento en que posaban, ante la opinión pública, como profetas llamados a dividir el Mar Rojo. La ruptura de los comunistas con los republicano-liberales y democrático-radicales es aquí completa, y aunque su tono es lúdico y burlesco, los motivos políticos de la ruptura deben buscarse en textos previos, en especial en el Mensaje a la Liga de los Comunistas de 1850.
Se entiende que Los grandes hombres del exilio fuera un libelo bien molesto para la socialdemocracia y que el único original manuscrito que quedó en manos de Engels, cuando cayó en las de Bernstein, no encontrara allí a las de su editor. Muy por el contrario, Bernstein censuró todos los lugares de la correspondencia de Marx en las que se hacía alusión a la obra8, cuya lectura debía serle poco menos que insufrible. La furia satírica con que se condena aquí a los líderes de la social- democracia francesa, como Ledru Rollin y la Montaña de 1848, pero sobre todo, la despiadada ridiculización de los líderes de la democracia alemana, era capaz de esparcir cierto halo apócrifo sobre los dirigentes socialdemócratas de comienzos del siglo XX. Así que sólo llegó a la imprenta en 1930, en una edición rusa, justo en el momento en que se consolidaba la doctrina oficial de la burocracia soviética; su tardía primera edición alemana, asimismo obra del Comité Central del PCUS, tampoco la sacó a la luz de la atención general, de modo que ha quedado, salvo escasas excepciones9, a la zaga de la recepción de los marxistas y del amplio público de lectores de Marx.
2 HÉROES DE LA LITERATURA, FARSANTES DE LA HISTORIA
Marx ya había apelado a las armas de la literatura para criticar la invocación, por parte de las nuevas generaciones, a un pasado histórico legitimante: la historia sucede “una vez como tragedia, la otra como farsa”.
“En sus primeros cuatro años en Londres (…) Marx había encontrado la terminología de la crítica teatral y literaria más adecuada que nunca para la discusión de las condiciones políticas; parodia era ahora el concepto clave, y la parodia (especialmente del Renacimiento, la épica) había proporcionado el leitmotiv y el sustento estructural de sus panfletos polémicos. La vida misma es lo que pare- cía, a veces, haber adoptado el disfraz de la mala literatura. Marx había pensado mostrar, con mayor detalle que nunca antes, cómo escritores de todos campos y países –desde Lamartine y Carlyle a Gottfried Kinkel– podían ser vistos como ‘ideológicamente representativos’ de intereses económicos y sociales, así como de la forma en la que sus obras literarias alentaban fantasías propias de su clase y de su tiempo, y de la forma en que nublaban o revelaban las realidades políticas”10.
Con su amplio y bien documentado trabajo, Prawer demuestra que el acceso al conocimiento de una época a través de la literatura, era más que una vía abierta en la escritura de Marx, que, en todo caso, ésta formaba parte del arsenal de recursos analíticos que conjugaba su exposición de los procesos políticos y que, aún en los tratamientos de la filosofía y la economía política, más lógicos que narrativos, girones de la literatura europea, de Shakespeare a Cervantes, de Ariosto a Goethe, pres- taban sentido a su imaginación histórica11. La mirada crítica de Marx aspiraba al cosmopolitismo teórico de la crítica social, al tiempo que saludaba en la internacionalización de las relaciones burguesas, la formación de una literatura internacional, que posibilitaba superar el aislamiento nacional-cultural. “Las producciones intelectuales de una nación advienen propiedad común en todas. La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposibles; de todas las literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal”12.
¿Se puede reducir la pasión de Marx por la literatura mundial, a un mero re- curso retórico con fines didácticos, o bien, disminuir su eficacia frente los dos materialismos, uno histórico, el otro dialéctico? Es un hecho que gran parte del marxismo oficial ha reducido la literatura al cometido de reflejar, didácticamente, la estructura material, subordinando el problema de las formas y géneros a los por- menores de una superestructura ideológica que debía transparentar el proceso de construcción del socialismo. En el realismo socialista, piénsese por ejemplo en La madre de Gorki, la instancia formativa del personaje principal alecciona al lector en su propia iniciación comunista, mientras ficcionalmente se elabora el drama típico del realismo soviético. En el peculiar acceso a la literatura por parte de Marx, nada se asemeja a esto: en todo caso sus metáforas literarias adquieren una dimensión históricamente constitutiva, ausente en los deslindes tajantes de “base” y “superestructura”.
En los escritos de Marx, tragedia y farsa aparecen como formas históricas objeti- vas, como fases primordiales del proceso de la revolución burguesa; sus personajes actúan papeles salidos de épocas y escritos del pasado, y son a medias conscientes de que interpretan una segunda versión modificada o espuria.
La forma en que Marx cita la literatura produce el efecto inverso de la versión realista: no es la escritura la que imita a la historia, es la historia la que la imita la escritura. A pesar de la gran admiración que Marx tenía por Aristóteles, no concibe en forma similar los vínculos que enlazan historia y literatura: para Aristóteles la diferencia entre el historiador y el literato, consiste en que el primero relata “lo que ha sucedido”13 efectivamente, mientras el escritor desfigura los sucesos, narrán- dolos tal como podrían o deberían haber sido, según un tipo o carácter universal. El realismo socialista es, en el fondo, más aristotélico que marxista.
En la concepción de Marx, personajes y episodios literarios se escapan de las pá- ginas leídas y releídas de la tradición, para volver a la vida como figuras colectiva- mente reconocibles, como resurrecciones históricas de los muertos que enmascaran los intereses de las luchas actuales. Así sucede cuando el revolucionario de la campaña de Baden, Karl Heinzen, se obstina en una sobreactuada posición marcial en tiempos de paz: Heinzen se transforma en Rodomonte-Heizen, a medias personaje histórico, a medias héroe de la épica italiana del siglo XV. La predilección de August Willich por las andanzas guerrilleras aisladas del movimiento revolucionario real, trasmutan su papel histórico en la encarnación yuxtapuesta de Quijote y Sancho Panza. Ocurre con la literatura lo mismo que con los episodios de la histo- ria transcurrida. Un personaje histórico que ha cautivado la imaginación colectiva en períodos previos, puede ser recuperado en un nuevo proceso histórico para cumplir funcionalidades de sentidos ambiguos. Que Luis Blanc ocupara el lugar de Robespierre, según plantea Marx en el Dieciocho Brumario, que usara sus frases, sus modas, sus gestos, aparece como signo de un retraso o de una falta de correspon- dencia entre el contenido de las luchas y sus formas de expresión: la máscara jaco- bina oculta la faz germinal de la revolución proletaria, que no había conquistado, hasta 1848, ninguna tradición independiente.
Es en los períodos revolucionarios cuando, dice Marx, se pone de golpe ante la sociedad burguesa, el espectáculo de sus luchas con la patencia y visibilidad de esce- nas teatrales, hasta que finalmente la contemplación deja lugar a la acción, y la fusión entre escena e historia se consuma al calor de un proceso vivo.
“Con la proclamación de la República sobre la base del sufragio universal, se había cancelado hasta el recuerdo de los fines y móviles limitados que habían empujado a la burguesía a la Revolución de Febrero. En vez de unas cuantas fracciones de la burguesía, todas las clases de la sociedad francesa se vieron de pron- to lanzadas al ruedo del poder político, obligadas a abandonar los palcos, el patio de butacas y la galería y a actuar personalmente en la escena revolucionaria.”
En el 18 Brumario, los géneros literarios sirven para reseñar la compulsión de las revoluciones burguesas a repetir la herencia de sus fases previas –Luis Blanc por Robespierre, la Montaña de 1791 por la de 1848–. Pero que esa repetición se re- suelva en forma trágica o en forma paródica, depende las formas en que los seres humanos hagan efectivamente la historia, no de la capacidad ficcional del literato o del historiador.
A diferencia de Hayden White14, tragedia y farsa no son, para Marx, géneros aplicables, según plasticidad arbitraria, a diferentes procesos de la vida social. Son géneros históricamente objetivos, que guardan afinidades concretas con sus formas de expresión narrativa. La apuesta literaria que representa Los grandes hombres del exilio aporta indicios de que la imaginación histórica de Marx no se limitaba a una versión de la cultura como deducción directa de la base económica, es decir, como si se tratara un espíritu flotante sobre una materialidad primera más exhaustiva. Ni hay en Marx una idea de cultura como “secreción” de las relaciones materiales, es decir, como si la cultura fuera un producto funcional, meramente pasivo de la vida social; pero tampoco Marx concibe construcciones discursivas puras, sin relaciones vinculares con clases e intereses históricos. Entre historia y cultura hay, para Marx, relaciones dialécticas. En los albores de la revolución burguesa, la cita a los per- sonajes arcaicos de la República Romana no ha cumplido un papel regresivo:
“Si examinamos esas conjuraciones de los muertos en la historia universal, ob- servaremos en seguida una diferencia que salta a la vista. Camille Desmoulins, Dantón, Robespierre, SaintJust, Napoleón, los héroes, lo mismo que los parti- dos y la masa de la antigua revolución francesa, cumplieron, bajo el ropaje ro- mano y con frases romanas, la misión de su tiempo: librar de las cadenas e ins- taurar la sociedad burguesa moderna”15.
Cada fase histórica promueve su propia imaginación literaria, sus actores, sím- bolos y decorados, su horizonte de expectativas y sus límites prácticos. Una vez que la revolución de 1789 hubo consumado la conquista de su territorio histórico, desaparecieron los personajes romanos que “nublaron su cuna”. En la reedición revolucionaria de 1848, el plagio de escenas y personajes que eran ya apócrifos en la gran revolución burguesa, sólo servía al conformismo con los intereses de la cla- se propietaria y a la concomitante degradación farsesca de la práctica política.
“Todo un pueblo que creía haberse dado un impulso acelerado por medio de una revolución, se encuentra de pronto retrotraído a una época fenecida, y para que no pueda haber engaño sobre la recaída, hacen aparecer las viejas fechas, el viejo calendario, los viejos nombres, los viejos edictos (entregados ya, desde hace largo tiempo, a la erudición de los anticuarios) y los viejos esbirros, que parecían haberse podrido desde hace mucho tiempo”16.
Del mismo modo que, en la sociedad capitalista, el trabajo muerto, como capi- tal constante acumulado, impera sobre el trabajo vivo, en la revolución burguesa “la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”. La concepción de una «cultura revolucionaria», en la medida en que germinalmente existe esa noción en Marx, señala no el salto hacia el pasado, como imaginaba Benjamin, sino el impulso hacia un porvenir sin precedentes. La radicalidad de la revolución proletaria obtiene impulsos inventivos de imágenes de emancipación que sobrepasan los límites de la revolución anterior, metaforizadas en la idea de una “poesía del porvenir”; así, la revolución del porvenir debe probar su novedad histórica con un salto ejemplar, tal como el fanfarrón egipcio debía probar, saltando en Egipto, su mentada eficacia para dar saltos en Rodas17: hic Ro- das, hic salta! es un invitación al abandono de guiones instituidos.
Los grandes hombres del exilio, si cabe la rúbrica, es una parodia sobre la tradición cultural que “las generaciones muertas” arrojaron a la espalda de la revolución de 1848, una risotada burlona que rasga los límites de la imaginación burguesa, por la vía negativa del sarcasmo.
Desde el punto de vista de la historia intelectual de Marx, el plan de trabajo que proseguirá en Los grandes hombres del exilio, no tiene su primer antecedente en El die- ciocho Brumario, sino en un texto juvenil, La crítica de la filosofía del derecho de Hegel:
“La última fase de una forma histórico-universal es su comedia. Los dioses de Grecia, ya un día trágicamente heridos en el Prometeo encadenado de Esquilo, hubieron de morir todavía, otra vez, cómicamente, en los coloquios de Luciano.
¿Por qué esta trayectoria histórica? Para que la humanidad pueda separarse ale- gremente de su pasado.”
Tal es la suerte sarcástica que la parodia comunista depara a las figuras anacrónicas de la revolución de 1789: la repetición cómica de escenas históricas ya vividas, en las que insiste Marx en tantas ocasiones, señala la existencia de un desfasaje histórico entre el contenido de la nueva revolución proletaria y sus formas tradicionales, aún burguesas, de expresión. La parodia es el género que mejor puede dar cuenta de un doble plano de sentidos superpuestos. Tal como han señalado Hutcheon, junto al plano ironizado de los sucesos primarios a los que refiere la pa- rodia, se encuentra el plano textual con que el procedimiento estético denuncia la flagrante alteración del contenido.
“Tanto la ironía como la parodia operan en dos niveles –uno primario, en su- perficie o en primer plano; y otro secundario, implicado, o en segundo plano. Pero el último, en ambos casos, obtiene su significado del contexto en el que se encuentra. El significado final de la ironía o de la parodia reside en el recono- cimiento de la superposición de esos niveles. Es esta duplicidad tanto de la forma como del efecto pragmático o ethos, lo que hace que la parodia sea un im- portante modo de auto-reflexividad moderna”.18
La autoreflexión de las revoluciones modernas se abre, en Los grandes hombres de exilio, en dos planos de sentido que remedan las fases tragicómicas de la revolución burguesa: el paso de la tragedia a la comedia sigue deformaciones del contenido real, transiciones clasistas, dialécticas acontecimentales, no el mero arbitrio del es- critor que presenta la historia según sus preferencias retóricas, al modo en que lo piensa Hayden White.
3 NOVELA SENTIMENTAL: PERFORMATIVIDAD Y DERROTA
En Los grandes hombres del exilio, Gottfried Kinkel revive periódicamente pasajes lite- rarios de Goethe, Novalis y Miller. La crítica de los comunistas muestra a Kinkel como prototipo cultural del conservadurismo político.
Las andanzas políticas de Kinkel comenzaron con rasgos de saga popular, tras ser herido y capturado en la campaña de Baden-Palatinado en el año 1849, donde peleaba junto con Engels19, al mando de August Willich. Tras su detención y enjuiciamiento, Kinkel se convirtió en héroe de la lucha democrática, aunque al estallar la Revolución de Febrero se había declarado partidario de la monarquía constitucional.
Un par de años antes de escribir Los grandes hombres del exilio, Marx y Engels habían denunciado ante la Liga de los Comunistas, el fraude de este escritor icónico del Spießbürger (pueblerino, provinciano, pequeñoburgués) alemán. “Sabemos de antemano que vamos a provocar la ira general de los estafadores sentimentales y parlanchines democráticos, denunciando ante nuestro partido el discurso de la “captura” de Kinkel. Ante éste somos completamente indiferentes. Nuestra tarea es la de la crítica despiadada y mucho más contra amigos ostensibles que contra ene- migos abiertos, y a los fines del mantenimiento de esta nuestra posición, con gusto renunciamos a la popularidad democrática barata. Nuestro ataque no hará, de ninguna manera, empeorar la posición del señor Kinkel; denunciamos la amnistía al confirmar su confesión de que él no es el hombre que sostienen las personas que alegan por él y declaramos que es digno, no sólo de ser amnistiado, sino inclu- so de entrar en funciones en el Estado prusiano. Además, el discurso ha sido pu- blicado. Denunciamos todo el documento ante nuestro partido, y sólo reproduci- mos los pasajes más llamativos aquí.
«Además, yo nunca estuve al mando, por lo que no soy responsable de las accio- nes de los demás tampoco. Por lo que deseo protegerme contra cualquier iden- tificación de mis acciones con la suciedad y la mugre que recientemente, lo sé, por desgracia, se ha prendido a esta revolución”.
Dado que el Sr. Kinkel se ha «unido a la compañía Besançon como privado», y puesto que aquí arroja sospechas sobretodos los comandantes, ¿no era su deber, en esta coyuntura, el eximir al menos a su superior inmediato, Willich?
“Nunca he servido en el ejército, y nunca he roto por lo tanto mi juramento a la ban- dera, ni utilizado en contra de mi patria ningún conocimiento militar que hubiera obte- nido en el servicio de mi patria”.
No era esto una denuncia directa de los ex soldados prusianos capturados, de
Jansen y Bernigau, que fueron fusilados pronto después; ¿no era un respaldo completo de la sentencia de muerte contra Dortu, que ya había sido fusilado?
El señor Kinkel denuncia además a su propio partido ante la justicia militar, al hablar de los planes para la cesión de la orilla izquierda del Rin a Francia, y decla- rándose inocente en relación con este proyecto criminal. El señor Kinkel sabe muy bien que lo que hubo fueron sólo conversaciones sobre una unión de la provincia del Rin con Francia en el sentido de que, en la batalla decisiva entre la revolución y la contrarrevolución, la provincia renana debía indefectiblemente luchar del lado revolucionario, estuviera representada por franceses o chinos. Del mismo modo que omite poco una referencia a la benignidad de su carácter, a diferencia de los revolucionarios salvajes, lo que hizo posible para él tener una buena relación con Arndt y otros conservadores, como un ser humano, aunque no como un hombre de partido.
“¡Mi culpa es ‘eso’ que en el verano todavía quería lo mismo que todos quería- mos en marzo, hice lo que todo el pueblo alemán quería en marzo!
Aquí él declara ser nada más que un luchador por la Constitución Imperial, que nunca quiso nada más allá de la Constitución Imperial. Tomamos nota de esta declaración.
(…)
«¡Cuántas veces he oído decir que soy un ‘mal prusiano’; estas palabras me han herido! … ¡Pues bien! Mi partido ha perdido en el presente el juego en nuestra patria. Si la Corona de Prusia ahora persigue, al fin, una política audaz y fuerte, si Su Alteza Real nuestro Príncipe heredero, el príncipe de Prusia, tiene éxito en forjar la unidad de Alemania por la espada, pues esto no es de ninguna otra ma- nera posible, y si le confiere un lugar grande y respetable en relación con nues- tros vecinos, y garantiza la libertad interna real y duradera, aumentando el co- mercio y el intercambio de nuevo, compartiendo la carga militar, que ahora pe- sa demasiado sobre Prusia, igualitariamente con toda Alemania, y sobre todo, si proporciona pan para los pobres de mi nación, cuyo representante me siento, si su partido tiene éxito en esto, bueno, tendrá mi juramento! El honor y la gran- deza de mi patria son más claras para mí que mis ideales de estado, y yo sé cómo apreciar a los republicanos franceses de 1793 ‘(Fouché y Talleyrand?)’ quiénes después se inclinaron voluntariamente ante la grandeza de Napoleón por el bien de Francia; si ahora esto sucediera, y entonces mi pueblo una vez más me hiciera el honor de elegirme como su representante, yo sería ser el primer dipu- tado en llorar con un corazón alegre: ¡Viva el Imperio Alemán! ¡Viva el Imperio Hohenzollern! ¡Si uno es un mal prusiano con estas opiniones, bien! Entonces realmente no tengo ningún deseo de ser un buen prusiano.”
“¡Señores, piensen un poco en la esposa y el niño en el hogar cuando pronuncien la sentencia sobre el hombre que está delante de ustedes hoy, en tal desgracia profunda como consecuencia de las cambiantes mareas del destino huma- no!”
“El señor Kinkel hizo este discurso en un momento en que veintiséis de sus ca- maradas estaban siendo condenados a muerte y fusilados por los mismos tribu- nales militares, hombres que se enfrentaron a las balas de una manera muy dife- rente a aquella con que el señor Kinkel enfrentó a sus jueces. Cuando, por cier- to, se presenta como una persona bastante inofensiva, tiene toda la razón. Sólo se unió a su partido por un malentendido, y sería una pieza de crueldad bastan- te sin sentido, si el Gobierno prusiano quisiera mantenerlo en la cárcel por más tiempo”20.
Los grandes hombres del exilio realiza el juicio de Kinkel por segunda vez, por la vía de la literatura, que consiste, esencialmente, en una parodia comunista.
El procedimiento que desmonta fragmentos de su biografía para incinerarlos en la mofa de novelas de fines del S. XVIII, plantea vinculaciones extrañas entre historia y escritura. Kinkel representa el espíritu de la completa entrega vital a los deudos, la encarnación cansina de un pasado consagrado, incapaz de asumir la radicalidad de la revolución planteada. Pertenece a aquellos hombres que “en épocas de crisis, es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con ese disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal”21.
La profunda afinidad electiva entre historia y literatura es imposible de encajar aquí en esquemas binarios; la separación formal se supera. Al presentar a Heinrich von Ofterdingen, Werther y Siegwart, como fantasmas culturales que habitan en el pa- pel revolucionario de Kinkel, la fugacidad de la mofa consigue la crítica de la lite- ratura del pasado por medio de su encarnación histórica presente, y la crítica del presente por medio de la herencia literaria.
A pesar de la opinión de Löwy22, Marx tenía una aversión definida por el ro- manticismo, sobre todo por la exacerbación de la figura del genio poético, y en general por la postulación de cualquier tipo de subjetividad autónomamente for- mada. Sin dudas, Gottfried Kinkel era el mejor postulante alemán, durante la revolución de 1848, para proyectar la imagen arquetípica del genio poético, y es por lo tanto el blanco preferencial de la sátira.
Aunque la posteridad no ha contado a Gottfried Kinkel entre los escritores alemanes de importancia, fue el poeta y héroe del 48 alemán. Marx lo presenta como un “Siegwart” democrático, es decir, como una suerte de regresión acomoda- ticia a figuras de la “literatura de la sensibilidad” (Literatur der Empfindsamkeit) del siglo XVIII. En la presentación satírica, Kinkel se transforma en Siegwart, el prota- gonista de la novela lacrimógena de Miller23. La historia de Siegwart consumó el es- tilo de los textos de consuelo, que, si bien como género podrían remontarse a Séneca y aún a los griegos, a fines del siglo XVIII se destacó por un énfasis lúdico en el acercamiento a la experiencia del duelo24.
La “literatura de la sensibilidad” a la que pertenece la novela de Miller, hunde sus raíces en las experiencias religiosas de fines del siglo XVIII, sobre todo en el pietismo. Tras el barroco, el pietismo expresó en la literatura alemana los esfuerzos protestantes por una renovación e intensificación de la vida religiosa y por una concentración temática en la intimidad de la vida emocional. La novela sentímen- tal de Miller es indicativa del deleite de la clase media lectora de la época, por los sentimientos luctuosos y la escenificación moralizante de las experiencias dolorosas de la vida privada. Es instructiva la descripción que Heine hace de este clima cultu- ral de comienzos del S. XIX:
“Las condiciones políticas de Alemania eran todavía especialmente favorables para la orientación cristiana alemana a la antigua. La necesidad enseña a orar, dice el refrán, y nunca la necesidad en Alemania fue mayor; de ahí que el pue- blo nunca fuera más propenso a orar, a la religión y al cristianismo. Ningún pueblo abriga más devoción por sus príncipes que los alemanes y la imagen la- mentable de los príncipes vencidos, a quienes vieron arrastrase ante Napoleón, más que el penoso estado del país por la guerra y la dominación extranjera, era lo que afligía a los alemanes del modo más insoportable; todo el pueblo se ase- mejaba a aquellos sirvientes ancianos y fieles de las grandes casas, que sienten todas las humillaciones que deben soportar sus misericordiosos señores, todavía más profundamente que estos mismos, y derraman a escondidas sus más amar- gas lágrimas cuando hay que vender, por ejemplo, la señorial vajilla de plata, e incluso utilizan a escondidas sus pobres ahorros para que las burguesas velas de sebo no sean colocadas en la mesa señorial en lugar de las nobles velas de cera, tal como lo vemos con profunda emoción en los antiguos dramas. La aflicción general encontró consuelo en la religión, y surgió una resignación pietista a la voluntad divina, única de la que se esperaba ayuda”25.
La novela de Miller, verdadera encarnación del espíritu pietista, llegó a ser muy exitosa entre un amplio público de lectores, al punto que puede ser tomada como emblemática de su época: “Tanto como ofrece al lector acontecimientos providenciales de duelo y la perspectiva de reunión más allá de la tumba, la popular novela de Miller, Siegwart (1776) establece el sentido de una virtual comunidad de sim- patía y ofrece al lector la oportunidad catártica de disfrutar del dolor, de distraerse con el placer estético del texto”26. Seguimos de Ana Richards el argumento novelesco: “Los personajes en Siegwart están afligidos por muchas pérdidas. La madre y hermana del héroe epónimo están muertas cuando empieza la novela y sus amigos Sophie y Gutfried y su padre mueren en el curso de ésta.” Además, la hermosa Marianne, amada de Siegwart, ha sido destinada por su padre a otro hombre. Ella de- cide entonces entrar en un convento y muere al poco tiempo, según cree Siegwart. Pero la astucia del melodrama iba a hacerle vivir dos veces a Siegwart la muerte de Marianne: en realidad, ella aún está viva, pero Siegwart sólo lo descubre cuando, habiendo tomado los hábitos él mismo, es llamado a un convento cercano para es- cuchar la confesión moribunda de una desconocida, que no es otra que la amada Marianne. No mucho después Siegwart muere sobre su tumba.
Anna Richards sostiene que este tipo de literatura de consuelo servía a los fines de producir una catarsis moralizadora de los sentimientos de pérdida, y contribuía a la edificación y consolación de las desgracias personales del público lector.
En sentido político general, tal tipo de literatura sólo podía contribuir a la acep- tación contemplativa de las adversidades, a una tolerancia mayor de la infelicidad colectiva y a la limitación emotiva en la esfera privada. Este tipo de literatura intimista corresponde a la idealización de la sobriedad de la vida burguesa al estilo de Biedermeier, una de las tendencias pregnantes del período de la restauración monárquica.
“La restauración –es decir, la época que se inicia en el Congreso de Viena (1815) y que se cierra con los levantamientos de marzo de 1848– constituye un período atravesado por tendencias contradictorias; circunstancia que se traduce, en el campo de la literatura, en una polarización entre, por un lado, tendencias intimistas y quietistas que revelan una cierta medida de resignación apolítica y adaptación a las circunstancias contemporáneas, y que fueron designadas por la historiografía literaria alemana con el término de Biedermeier, y por otro, tendencias políticamente comprometidas, que encuentran su expresión más significativa en la lírica y en el periodismo, y a las que la crítica asignó el término Vormärz”27.
Marx, Dronke, Engels, Freiligrath, se colocan del lado de la politización de la litera- tura que entonces representaban Heine y la Joven Alemania, contrariamente a las tendencias religiosas, pasivas y arcaizantes del sentimentalismo romántico.
Kinkel se transforma, en la presentación satírica, en una figura alegórica de las tendencias tradicionalistas de la cultura, personaje ecléctico formado por aparea- miento de varios autores: su imaginación utópica se nutre de los ensueños de la “flor azul” de Novalis, su fantasía erótica de escenas de Wilhelm Meister de Goethe, su sensibilidad política, de la resignación luctuosa de Miller. El suplicio de la bio- grafía al que los comunistas someten a Kinkel, no carece de corolario político. Lo propio de Kinkel es justamente no ser nada propio. Todas sus vivencias han sido moldeadas por escenas de una literatura consagrada; más que una vida auténtica, la de Kinkel es una vida asegurada en una herencia sin inventiva.
Lejos de deducir mecánicamente la superestructura desde la base económica, la tesis interpretativa que subyace a Los grandes hombres del exilio es que la literatura contribuye, por medios y efectos que le son específicos, a conformar personajes no sólo ficcionales sino también históricamente vivos.
En los albores del capitalismo, la literatura parece haber alcanzado una dimen- sión performativa, más decisiva que la que tuvo nunca antes. Motivos novelescos de fines del siglo XVIII –la impotencia suicida de Werther, la separación y muerte de la amada en Siegwart– parecen haber preparado, por vía de la ilustración litera- ria, una emotividad proclive al drama de la resignación y a la fatalidad de la de- rrota. Tal preparación cultural adelantaba el pathos necesario para soportar los re- veses políticos. La cita histórica de la literatura es, entonces, fatídica, lejos de auspi- ciar la apertura hacia lo nuevo histórico, milita activamente por su clausura.
4 “GRANDES HOMBRES”, ESPÍAS Y COMUNISTAS
Tras el fin las revoluciones europeas del 48, llegó a Inglaterra una emigración vario- pinta de refugiados políticos, que fue acogida con tolerancia liberal por las leyes in- glesas, de modo que pudo establecerse en Londres una activa sociabilidad pública, en relativa calma y libertad de expresión. Los grandes hombres del exilio está dedicado especialmente a los emigrados alemanes, mientras que los emigrados franceses Le- dru Rollin, Luis Blanc o el italiano Mazzini, aparecen como personajes secundarios en la crítica a los compatriotas germanos.
Los refugiados alemanes constituyeron una comunidad de comunicación apenas similar al medio inglés que los rodeaba. En las condiciones de templanza de la lu- cha de clases a las que debieron adecuarse en el extranjero, la identidad de asilados políticos permitió la convivencia de un amplio espectro de personajes pintorescos, entrenados en acciones insurreccionales y en la política de agitación antimonárqui- ca; algunos de ellos oriundos de la cultura universitaria predominantemente filosó- fica, otros de la sediciosa cultura plebeya nacida entre los últimos artesanos y los primeros obreros rojos.
Los emigrados alemanes en Londres conformaron una bohemia de habitantes de ningún sitio, propensos a representar ahora, en el escenario transformado de la próspera capital británica, los últimos destellos de una identidad de signo declinan- te. Un observador local de este mundillo estrafalario los describe con viveza: “De acuerdo con el conocido comentador de la vida londinense, George Augustus Sala, que escribe en 1859, se podía encontrar (a los emigrados) en los alrededores de la Oxford Street, cerca de Leicester Squareo en el laberinto de calles tortuosas, entre Saint Martin´s Lane y Saint Mary´s Church, en Soho. Sala describía sus actitudes y formas de vida en su bosquejo de Herr Brutus Eselskopf (señor Brutus Cabeza de Asno), tabernero, y en su época, “general de brigada”. A primera vista, la taberna de Esels- kopf se asemejaba a cualquier otra, aun cuando el propietario usaba una capa turca con borlas azules y una barba y bigotes de magnitud prodigiosa. Pero luego de “cinco minutos como clientes”, las diferencias se volvían suficientemente claras. La sa- lita de atrás de Herr Eselskopf, estaba llena a la mañana, a la tarde y a la noche, por extranjeros bajo nubes políticas de distintos niveles de densidad y en una nube de parejo espesor y de tabaco fuerte que escapaba, en humo multiforme, de pipas de diseños excéntricos. Entre los clientes leyendo al lado del fuego Allgemine Zeitung y Ost Deutsch Zeitung, y en ocasiones farfullando invectivas contra las testas corona- das de Europa, Sala elige a “aquel valiente republicano”, Spartakus Brusch, primer doctor de filosofía de la universidad de Heidelberg. Entonces éste no tenía paga “pero con un rango de militar ascendido por su valentía, estuvo detrás de una barricada formada por un ómnibus, dos carros de agua y seis adoquines en Frank- furt… luego de París, republicano rojo, fabricante de fósforos de Lucifer, afiliado a varias sociedades secretas, profesor de química, contratista para la pavimentación de carreteras, portero en un internado y por último… promotor de una patente para extraer vinagre del albayalde, propietario de un negocio de cigarrillos, profe- sor de esgrima, recientemente, fuera de cualquier tipo de ocupación”28.
Sabine Freitag señala las dificultades de adaptación al mundo inglés que pade- cieron los emigrados alemanes del 48, en virtud no sólo de la diferencia idioma- tica, sino también de obstáculos psicológicos que provenían del hecho de que, a mitad del siglo XIX, la mayoría de los refugiados29 pensaban que la derrota era un interregno superable en breve, tras el cual podrían retornar a la actividad política en la patria. La falta de cumplimiento de esta perspectiva implicó, para algunos, la decepción melancólica de la revolución perdida. Varios prosiguieron, en cambio, como si nada hubiera pasado, cultivando en el ethos privado las tendencias forma- tivas del proceso revolucionario, abstrayéndolas y convirtiéndolas en móviles psíquicos autónomos, en disposiciones subjetivas individuales, lo que les permitía ungirse con la aureola del líder y usufructuarla en provecho propio.
“Sintiéndose como pez fuera del agua, forzados al ocio y a la inactividad luego de un excitante período de compromiso político en la patria, muchos exiliados políticos se sintieron frustrados y buscaron oportunidades para jugar nueva- mente un rol importante, a pesar de que estas oportunidades eran muy limita- das. Particularmente en círculos intelectuales, la crisis psicológica de la sociedad de emigrados producía tensiones, y el problema principal persistió a lo largo de los años: había demasiados caciques y demasiado pocos indios. Todos querían jugar un rol dirigente”30.
Las tensiones entre “los grandes hombres” estallaron cuando se planeó una gira a EEUU para recaudar “fondos revolucionarios”, con los que esperaban forjar los gobiernos democráticos del porvenir. El desatino de la empresa redundaría en la solidificación de la posición marginal de esta bohemia de exiliados, sumida en impotente enajenación política.
El hecho de no poder vivir a tono con la sociedad londinense, donde el alzamiento del 48 apenas había tenido resonancia, y de pretender, sin embargo, testimoniar allí, con su forma de vida, la utopía de una revolución extranjera derrotada, no po- día sino acentuar los rasgos bohemios de los exiliados, que no pertenecían, en realidad, ya a ningún sitio. El exilio acentuó su condición de outsiders. Sin embargo, muchos de ellos habían sido ya claramente outsiders en sus países de origen: intelectuales y artistas marginales, obreros y artesanos del comunismo de Weitling, conspiradores, y espías la revolución proletaria, se codeaban en las tabernas de la sedición parisina, con la ilegalidad conjurada y el trato con la policía.
En los fondos más sombríos de la bohemia francesa, Luis Napoleón había reclu- tado su Sociedad del 10 de Diciembre, de la cual cabe decir, como Traverso, “las ten- taciones de la corrupción, la delación y la traición” surgían de la pobreza de sus integrantes. “Sus confines inciertos favorecen la infiltración de los agentes de po- licía. En la frontera con los bajos fondos la bohemia se codea con los delincuentes y soplones, suele encontrarse mezclada con un subproletariado a merced de los demagogos, que constituye la base de todo movimiento nacionalista y populista”31.
Los exiliados llevaron consigo a Londres, camuflados entre los sobrevivientes, algunos espías que rodeaban su entorno más íntimo. En la breve noticia sobre el espionaje que rondaba al pequeño círculo de Marx durante los prolegómenos de la detención de los comunistas en Colonia32, se revela la constante introducción de espías dentro del ambiente de los refugiados; algunos de ellos, como Banya, a me- dias revolucionario, a medias soplón, logró burlar a Marx lo suficiente para arran- carle una copia del texto que suponía importante para la policía; Hirsch, en cam- bio, que había sido separado de la Liga de los Comunista por sospecha de espio- naje, estaba dispuesto a ir, cual Raskólnikov, del crimen a la delación autoculpable. Tras la escisión de Willich y Schapper, en 1850, quienes se unieron a la odisea kinkeliana por un préstamo democrático, “vino la detención en Hamburgo, pri- mero de Nothjung y después de Haupt, quien traicionó a sus compañeros, denun- ciando los nombres de los que formaban el Comité Central de Colonia; él era el que había de servir en el proceso de testigo principal de cargo; pero sus parientes no quisieron pasar por esa vergüenza y lo expidieron a Río de Janeiro, donde más tarde se estableció como comerciante, llegando a ser, en pago de sus méritos, pri- mer cónsul general de Prusia y después de Alemania”33.
La existencia de soplones dio aliciente adicional a la disolución de la Liga de los Comunistas producida a finales de 1852. Pero el factor decisivo que explica la deci- sión de Marx y Engels de disolver la Liga, fue la ausencia de perspectivas revolu- cionarias:
“En el transcurso de 1850, estas perspectivas fueron haciéndose cada vez más in- verosímiles, y hasta imposibles. La crisis industrial de 1847, que preparara la revolución de 1848, había sido superada; había comenzado un nuevo período, hasta entonces nunca visto, de prosperidad industrial: quien tuviese ojos para ver y los usase, tenía que convencerse de que la tormenta revolucionaria de 1848 se iba disipando poco a poco”34.
Las diferencias de criterio sobre el signo con que se abría la segunda mitad del siglo XIX, se revelaron irreductibles entre los exiliados comunistas y los demócratas radicales. La imposible convivencia entre el grupo de Marx y la bohemia de los exiliados muestra hasta qué punto es problemático vincular la autoconcentrada so- ledad intelectual de Marx en el British Museum, a la marginalidad ruidosa de los refugiados en Londres.
Traverso considera a Marx un miembro sui generis de la bohemia
“Con una mujer e hijos, Marx no corresponde, por cierto, al tipo del bohemio joven, estudiante y solitario, pero el marco material, antítesis de un decorado burgués victoriano o prusiano, evoca la atmósfera de la novela de Henry Mur- ger. (…) Podríamos decir que si Marx era un bohemio no lo era por elección, sino, de acuerdo con el diagnóstico de Landauer, por necesidad. Su pertenencia a la bohemia de exiliados y revolucionarios no provenía de un impulso estético, era más bien el precio que había que pagar por una opción intelectual y polí- tica”35.
Prawer36, por su parte, al igual que Mehring37, hacen hincapié, no en lo que em- parentaba a Marx con el mundo de los exiliados, sino en las actitudes conscientes y delimitaciones prácticas que separaron dos maneras opuestas de habitar el exilio.
Contrariamente a lo que sostiene Traverso, fue, justamente, la opción intelectual y política de Marx la que lo apartó del pintoresco barullo sectario.
En la precisa medida en que sea posible diferenciar estratos, grupos sociales e individuos, según el ethos que profesan, es posible separar a Marx tanto de la bohemia intelectual de los deportados, como del lumpenproletariado londinense, con quien compartía las condiciones de una penuria material extrema. Un espía Prusia- no, que rondaba la intimidad de Marx, informaba:
“Marx vive en uno de los peores –y por lo tanto uno de los más baratos– barrios de Londres. Ocupa dos cuartos. El que da a la calle es la sala de estar; el dor- mitorio está en la parte de atrás. En todo el departamento no hay ningún mue- ble limpio y sólido. Todo está partido en pedazos, con media pulgada de polvo encima de todo. Hay una gran y antigua mesa cubierta con un mantel y ahí están sus manuscritos y libros y diarios, así como los juguetes de los niños y los trapos y retazos de la cesta de costura de su esposa, diversas tasas con las asas quebradas, cuchillos, lámparas, un tintero, pipas holandesas, cajas de tabacos – en una palabra, todo desparramado en una misma mesa. Un vendedor de bie- nes de segunda, avergonzado, no sabría qué hacer con esa colección de cachi- vaches”38.
Sin salario fijo, sin propiedad ni medios personales de vida, empeñando su sa- co, las sábanas, los muebles y la vajilla familiar, Marx y su familia dependían del escaso dinero que proveía la errática edición de sus obras, pero, en lo fundamental, de la ayuda de Engels. El aislamiento ascético de la esfera burguesa y de la sociabilidad recreativa de la bohemia, por un lado y el trabajo de 14 a 16 h. diarias en el British Museum, por el otro, podría dar pruebas de lo que, para Marx, dicho spino- seanamente, “puede un cuerpo”. Un “cuerpo” podía elaborar la teoría más poten- te con que contara la crítica social durante más de un siglo, pero ni uno ni dos ni un puñado de emigrados destacados, por su sola fuerza mental y corporal asociada, podían organizar prácticamente los gobiernos antimonárquicos del futuro. Esa tarea, históricamente compleja, dependía de condiciones materiales y corporales que exceden la escala de los individuos.
El ethos de la retracción de Marx a la esfera teórica, que acompañaba el replie- gue de la lucha de clases, concuerda con la distancia programática respecto de “gran- des hombres”, visionarios y bohemios, a la hace referencia, muchos años después, Engels:
“… esta manera fría de apreciar la situación era para mucha gente una herejía en aquellos momentos en que Ledru-Rollin, Luis Blanc, Mazzini, Kossuth y los as- tros alemanes de menor magnitud, como Ruge, Kinkel, Gögg y qué sé yo cuán- tos más, se reunían en Londres para formar a montones los gobiernos provisionales del porvenir, no sólo para sus países respectivos, sino para toda Europa, y en que sólo faltaba recibir de los Estados Unidos el dinero necesario, a título de empréstitos revolucionarios, para llevar a cabo, en un abrir y cerrar de ojos, la revolución europea, y con ella, naturalmente, la instauración de las correspon- dientes repúblicas.”
La voluntad de individuos, aún de individuos extraordinarios, no se transforma en un factor histórico decisivo si no se ejercita sobre condiciones materiales espe- cíficamente críticas: bajo condiciones de
“prosperidad general, en que las fuerzas productivas de la sociedad burguesa se desenvuelven todo lo exuberantemente que pueden desenvolverse dentro de las condiciones burguesas, no puede ni hablarse de una verdadera revolución. Se- mejante revolución sólo puede darse en aquellos períodos en que estos dos factores, las modernas fuerzas productivas y las formas burguesas de producción, incurren en mutua contradicción”39, escribe Engels rememorando ese período. Tal aserto era difícil de aceptar sin abandonar las galas de la “personalidad política”. Ampliada su imagen según egocéntricos restos mnémicos del fulgor revolucionario pasado, era imposible para los “grandes hombres” mensurar críticamente lo que en ellos era resonancia de la lucha de ayer, y lo que, con la derrota, en ellos también moría. Por lo demás, la sombra de heroicidad de los dirigentes sólo podía adquirir dimensión gigantesca contra el trasfondo de silencio de víctimas anónimas, a quienes expropiaban los fulgores y proezas colectivas del año 48.
5 LA RISA NO RECONCILIADA DE LOS VENCIDOS
Algunos comentaristas han catalogado a Los grandes hombres del exilio como un panfleto40, pero sin duda esta circunscripción genérica no hace justicia al ingenio satí- rico, ni al impulso que cede la violencia panfletaria en comicidad farsesca.
Tinianov ha planteado que la parodia constituye un momento de ruptura con la tradición literaria precedente, al punto que su función parece constituir, justamen- te, el señalar la piedra de toque de una nueva concepción en la escritura… “allí donde haya corte, dice Tinianov, deberá haber parodia”. Ésta es “a la vez, el límite y la disolución de la vieja escuela, y el proceso de constitución de la nueva, que por un acto de violencia acude a relevarla”41.
Meta específica de los comunistas no parece haber sido la renovación de la lite- ratura, pero si se entiende, en sentido estricto, la voluntad declarada de hacer una “crítica implacable de todo lo existente”, queda claro que la amistad de Marx con Heine, Freiligrah y Herweg, y en general, su propia incursión en un estilo de escri- tura “total”, por así decirlo –esto es, la conjunción laboriosa de ciencia, filosofía, literatura y política– dan muestras de que la forma literaria no constituía para él, meramente, un recurso estilístico. Más que un panfleto, Los grandes hombres de exi- lio, vale como un índice exhaustivo de que todo un período de la literatura y de la vida social había encontrado su punto límite. Por otra parte, como dice Bajtín “la risa destruye el miedo y el respeto al objeto, al mundo, lo transforma en un objeto de contacto familiar, preparando con ello la investigación libre y completa del mis- mo”42. No sería mera ocurrencia pensar que la risa de despedida que esta obra re- presenta, abrió el camino a la investigación de El Capital.
Adorno y Horkheimer, planearon que la risa contiene, como posibilidad, un elemento liberador que supera la destructividad burlesca inferiorizante o el despar- pajo nihilista que deja todo como está. La comicidad de la presentación de los hé- roes fallidos Kinkel, Ruge, Willich, Struve, permite liberar el contenido represivo que va de suyo en sus idealizaciones como “grandes hombres”, frente a los cuales empequeñecen las víctimas anónimas de las revoluciones del 48.
La parodia de estos “grandes hombres” no va dirigida a menospreciar a la vícti- ma, como sucede, por ejemplo, en la parodia fascista del judío43, sino a justipreciar un proceso histórico a escala humana real, sin dioses ni individuos sobrehumana- mente esclarecidos. La detractación satírica no conlleva, sin embargo, una liquidación sin ternura del adversario: la risa los libera, también a ellos, del excesivo peso, cuasi-divino, que imaginaban tener sobre la historia.
*Universidad Nacional de Rosario
1 Marcello MUSTO (coord.), “La Marx-Engels Gesamtausgabe (MEGA) y el redescubrimiento de Marx”, en Id., Tras las huellas de un fantasma. La actualidad de Karl Marx. México: Siglo XXI, 2006.
2 Willich, más que Marx y Engels, era identificado con la revolución roja por los exiliados alemanes en Inglaterra. A los ojos del público y de los propios emigrados, los rojos del 48 no eran Marx y En- gels sino Willich y Schapper. Cf. Cristine LATTECK, Revolucionary refugees. German Socialism in Bri- tain, 1840-1860. New York: Routledge, 2006.
3 Karl MARX – Friedrich ENGELS, Werke, vol. 8. Berlín: Dietz Verlag, 1960, págs. 235-253.
4 Karl MARX – Friedrich ENGELS, Gesamtausgabe (MEGA) Erste Abteilung Band II. Berlin: Dietz Ver- lag, 1985.
5 Ernst Dronke (1822-1891) Escritor y miembro de la Liga de los Comunistas, fue editor de la Neue Reinische Zeitung. Participó del levantamiento del 48 en Alemania, luego emigró a Inglaterra.
6 Ibíd., págs. 794-883.
7 Karl MARX, Hirschs Selbstbekenntnisse, en Karl MARX – Friedrich ENGELS, Werke, vol. 9, S. 39-42 Dietz Verlag, Berlin/DDR 1960
8 Karl MARX – Friedrich ENGELS, Gesamtausgabe, op. cit., págs. 794-883.
9 La excepción más relevante es, tal vez, Siegbert Salomon PRAWER, Karl Marx and World Literature. Oxford University Press, 1978.
10 Siegbert Salomon PRAWER, op. cit., pág. 195.
11 Así, en El Capital, acude a Robinson Crusoe, a los dioses de Epicuro, al Dogberry de Shakespeare, junto a otras referencias de fenómenos físicos y biológicos, a los fines de descifrar el enigma del fetichismo de la mercancía.
12 Karl MARX y Friedrich ENGELS, Manifiesto Comunista. Ediciones elaleph.com, 2000.
13 “Es manifiesto asimismo de lo dicho que no es oficio del poeta el contar las cosas como sucedie- ron, sino como debieran o pudieran haber sucedido, probable o necesariamente; porque el historia- dor y el poeta no son diferentes por hablar en verso o en prosa (pues se podrían poner en verso las cosas referidas por Heródoto, y no menos sería la verdadera historia en verso que sin verso); sino que la diversidad consiste en que aquél cuenta las cosas tales cuales sucedieron, y éste como era na- tural que sucediesen. Que por eso la poesía es más filosófica y doctrinal que la historia; por cuanto la primera considera principalmente las cosas en general; pero la segunda las refiere en particular.” Aristóteles, El arte poética. Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2012, pág. 28.
14 Hayden WHITE, Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX. México: FCE, 1992.
15 Karl MARX, El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte. Madrid, Fundación Federico Engels, 2003, pág. 11.
16 Karl MARX, El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, op. cit., pág. 12.
17 Hic Rhodus, hic salta («¡Aquí está Rodas, salta aquí!») son palabras de la fábula El fanfarrón de Esopo que trata de un fanfarrón que se niega a participar en un concurso de saltos, aunque sostiene que cuando estaba en Rodas había saltado mucho más lejos que todos los presentes. La frase en su forma latina pasó a usarse como una exigencia de la demostración inmediata de lo que puede ser fácilmente probado.
18 Linda HUTCHEON, A Theory of Parody. The Teachings of Twentieth-Century Art Forms, Cap. II. New York: Methuen, 1985. La traducción fue realizada por María Rosa del Coto y Osvaldo Beker.
19 Carta de Engels a Jenny Marx del 25 de julio de 1849. En https://www.marxists.org/espanol/m-e/cartas/e1849-07-25.htm
20 Karl MARX y Friedrich ENGELS, Gottfried Kinkel. En https://marxists.anu.edu.au/archive/marx/- works/1850/04/kinkel.htm. La traducción es mía.
21 Karl MARX, El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, op. cit.
22 Michael LÖWY, La teoría de la revolución en el joven Marx. Buenos Aires: Herramienta, 2010, págs. 16-17.
23 Johann Martin MILLER, Siegwart, eine Klostergeschichte (1776), http://www.deutschestextarchiv.de-/book/show/miller_siegwart02_1776.
24 Anna RICHARDS, The sentimental novel as Trostschrift: Johann Martin Millers Siegwart. Eine Klostergeschichte (1776). Birkbeck: University of London, Publications of the English Goethe Society 79 (3), 2010, págs. 147-158.
25 Heinrich HEINE, La escuela romántica. Buenos Aires: Biblos-Unsam, 2007, pág. 61
26 Anna RICHARDS, The sentimental novel as Trostschrift, op. cit., pág. 6.
27 Introducción de Miguel Vedda a Karl MARX y Friedrich ENGELS, Escritos sobre literatura. Buenos Aires: Colihue, 2013, pág. 9.
28 Gared Stedman Jones, prefacio a Christine LATTEK, Revolutionary Refugees: German Socialism in Britain, 1840-1860. New York: Routledge, 2006, pág. X. La traducción es mía.
29 No parece haber estado tampoco claro para la Liga de los Comunista, hasta bien entrado el año
1850, que el reinicio de un proceso revolucionario en Europa se aplazaría por varias décadas. Marx, Engels y los miembros de la Liga, enviaron a Heinrich Bauer a Alemania con la misión de reorganizar las fuerzas del grupo. En la Circular del Comité Central a la Liga Comunista de marzo de 1850 se refiere a esta decisión en estos términos: “Esta reorganización sólo puede ser lograda por un enviado especial, y el Comité Central piensa que tiene una gran importancia el hecho de que nuestro delegado debe estar en viaje en el momento en que un nuevo alzamiento es inminente”. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/50_circ.htm
30 Sabine FREITAG (ed.), Exiles from european revolutions. Refugees in Mid Victorian England. New York: Berghahn Books, 2003.
31 Enzo TRAVERSO, “Bohemia, exilio y revolución: notas sobre Marx y Benjamin”, Cosmópolis, figuras del exilio judeo-alemán. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2004, pág. 65.
32En noviembre de 1852 fueron apresados y condenados seis miembros de la Liga Comunista por tentativa de alta traición, Röser, Bürgers y Nothjung a seis años; Reiff, Otto y Becker a cinco años, y Lessner a tres años de reclusión en una fortaleza.
33 Friedrich ENGELS, Contribución a la historia de la Liga de los Comunistas. En https://www.mar- xists.org/espanol/m-e/1880s/1885-hist.htm
34 Friedrich ENGELS, Contribución a la historia de la Liga de los Comunistas. op. cit.
35 Enzo TRAVERSO, “Bohemia, exilio y revolución: notas sobre Marx y Benjamin”, op. cit., pág. 91.
36 Siegbert Salomon PRAWER, Karl Marx and the World Literature. op. cit., pág. 185.
37 Franz MEHRING, Carlos Marx. Historia de su vida. México: Grijalbo, 1977, págs 201-235.
38 Citado por Peter STALLYBRASS, en El saco de Marx, en REMS, Año 4, n. 4 Nov. de 2011, pág. 70.
39 Friedrich ENGELS, Contribución a la historia de la Liga de los Comunistas, op. cit.
40 Marx mismo se refiere a Los grandes hombres del exilio como un panfleto en Hirschs Selbstbekennt- nisse, Werke, vol. 9, Berlín: Dietz Verlag, 1960, págs. 39-42.
41 Tynianov, citado por Alan PAULS en “Tres aproximaciones al concepto de parodia” en Lecturas críticas I, Buenos Aires, diciembre de 1980, págs. 7-14.
42 Mijail BAJTÍN, Teoría y estética de la novela. Madrid: Taurus, 1991, pág. 468.
43 Theodor W. ADORNO Y Max HORKHEIMER, Dialéctica de la Ilustración. Madrid: Trotta, 2006, pág. 228.
TOMADO DE:
«CONSTELACIONES», Revista de Teoría Crítica, Vol. 7 (2015)
Teoría Crítica, Arte y Memoria
Coordinador del volumen
Dr. Luis Ignacio GARCÍA
(Univesidad Nacional de Córdoba / CONICET, Argentina)