Por Gonzalo Salazar
Los anhelados Estados Nacionales del liberalismo no tuvieron plena realización ni en Europa, ni en América Latina, pues desde la invasión a nuestro continente, en Europa se realizó una forma de colonialismo interno, dividiendo historias, expulsando comunidades étnicas y religiosas, destruyendo y fusionando culturas y territorios violenta y arbitrariamentepara formar los Estados modernos, mientras en los territorios de América se destruían y avasallaban pueblos y culturas, se destruían procesos de autonomía, homogeneizando a estas comunidades, denominándolas razas inferiores (reduciéndolos a indios y negros, cuando eran diversos pueblos y culturas, los nativos y los otros extraídos de distintos territorios de África) para dominarlas, despojarlas y explotarlas mediante las políticas colonialistas e imperialistas, hasta las guerras de independencia, en que el liberalismo pretendía constituir Estados-nación en estos territorios recién “independizados” de las potencias europeas, pero no fue posible por la formación económica y social que heredó la oligarquía al asumir el poder político, con el que ha mantenido gran parte de la estructura colonial en la mayoría de los países de América Latina, y que aún hoy someten a nuestros pueblos al neocolonialismo también llamado neoliberalismo, que derrumbó las fronteras comerciales para continuar el saqueo a nuestros países por el capital transnacional.
Hasta la primera guerra mundial los últimos intentos de consolidar nuevos Estados-nación en Europa oriental (con la disolución de los imperios II alemán, austrohúngaro y otomano), luego en Medio Oriente y norte de África, fue abortado por la dinámica del capital imperialista, que tras invasiones y nuevas reparticiones de territorios, recursos naturales y energéticos entre los hegemónicos, denominaron a estos nuevos países Estados-Nación, que como en el caso del Medio Oriente fueron países diseñados por los vencedores de cada guerra, que nunca cumplieron –también en América Latina- con las características que el mismo liberalismo definía, pues allí permanecen dinastías (algunas impuestas por las potencias imperialistas) estilo medieval que les roban a sus pueblos todas sus riquezas, manteniéndolos en la pobreza, la ignorancia y el fundamentalismo religioso y misógino patriarcal.
Los pueblos de estos nuevos Estados en la mayoría de los casos en Asia, África y América Latina, dejaron de ser libres y soberanos, quedando generalmente bajo la tutela de otra potencia o de la metrópoli, (o fueron anexados como Hawái, Filipinas y Puerto Rico) como sucedió con algunas colonias “liberadas” y gobernadas por élites oligárquicas siervas de los colonialistas en África y Asia en el siglo XX, que pasaron de manos de una potencia imperialista a otra, como Vietnam y Corea. Sin embargo en El Caribe continúa el colonialismo sobre la mayoría de las islas y las Guayanas por parte de USA, Inglaterra, Francia y Holanda.
En América Latina no fue posible un modelo capitalista basado en ese Estado-nación, mucho menos en el desarrollo industrial y agroindustrial como sucedió en Europa y Norteamérica, pues con la economía colonial agromineraextractivista heredada por las oligarquías, se continuó endosando la protección-dependencia a los nuevos imperios a través de acuerdos comerciales y préstamos para un supuesto desarrollo[1], que en Colombia gestionaban las élites o aristocracias regionales, quienes no pudieron integrar totalmente un Estado centralizado por estar en guerras entre ellas por las tierras y los bienes naturales de las regiones.
Esa dependencia neocolonial es la que sometió a nuestro pueblo a la pobreza y al atraso, a soportar una oligarquía incapaz de desarrollar un capitalismo propio, una industria y un desarrollo agrícola que le permitiera alguna autonomía, una infraestructura en comunicaciones y servicios que rompiera el aislamiento interno (y con el mundo en la modernidad) de un regionalismo feudal, que solo sirvió para mantener unas aristocracias que soportan su poder político y su riqueza en la propiedad de la tierra, con ejércitos propios; clase social parásita que bañó en sangre el país hasta nuestros días, para no permitir el más mínimo progreso de las clases populares; clase que se enriquece con la venta de todos nuestros bienes territoriales (Panamá) ecológicos, energéticos y culturales, las más rentables y estratégicas empresas del Estado, entregando nuestra soberanía (siete bases militares con personal y dirección norteamericana) y nuestras riquezas al peor postor. Burguesía subdesarrollada negadora de su propia historia y de las grandes posibilidades de progreso humanitario del país, pero supuestamente erudita e intelectual ante las oligarquías de los demás países de la región porque “conoce” y adora la historia y la cultura Occidental; de ahí la cantidad de “poetas” eurocéntricos señoriales, que mientras escribían odas a Occidente, viajaban a Europa y a Norteamérica por negocios y placer, o se iban de caza, o de bohemia, ofrecían partes de nuestro territorio a las grandes potencias a cambio de protección ante el “enemigo interno” o pedían la anexión del país a los EE.UU.; ordenaban (y ordenan) las masacres de indígenas, campesinos, obreros y estudiantes, el asesinato de líderes sociales y comunitarios, (incluso calcinando una Corte Suprema de Justicia) entregando todos los recursos naturales al capital transnacional. Crímenes por los que hasta hoy no existe un proceso judicial que se haya iniciado contra algunos de estos mandatarios apátridas, mucho menos una condena moral o política por algún ente jurídico o de control (nacional o internacional) por las acciones de los representantes de la oligarquía en el poder del Estado, en el que en lugar de la división de los tres poderes del supuesto Estado-nación, existe es una confabulación de poderes facticos corruptos para mantener en el atraso económico, político y social a los sectores populares y, defender su statu quo a sangre y fuego.
Existe gran variedad del concepto de Estado-nación elaborado por la academia, sin embargo, tomamos el de Aníbal Quijano que nos amplía la visión desde el sur en este sentido:
Un Estado-nación es una suerte de sociedad individualizada entre las demás. Por eso, entre sus miembros puede ser sentida como identidad. Sin embargo, toda sociedad es una estructura de poder. Es el poder aquello que articula formas de existencia social dispersas y diversas en una totalidad única, una sociedad. Toda estructura de poder es siempre, parcial o totalmente, la imposición de algunos, a menudo cierto grupo, sobre los demás. Consecuentemente, todo Estado-nación posible es una estructura de poder, del mismo modo en que es producto del poder (Quijano 2000 p.15)[2].
Con la Globalización neoliberal, el capitalismo derrumbó las últimas fronteras comerciales que quedaban en el Sur, desestructuró al Estado Nación, lo redujo a su expresión represiva y de control social, en que los tales Estados Nacionales pasan de administradores y ordenadores de los recursos públicos, a siervos de las instituciones autodenominadas multilaterales, (realmente son unilaterales) a protectores locales de los bienes expropiados por los capitalistas “nacionales” y transnacionales, a rectores de las políticas que el capital mundializado impone, a legitimar la ley del Libre Mercado, a través de los órganos legislativos o constituyentes permanentes (parlamentos), a garantizar la acumulación de las grandes corporaciones transnacionales comerciales y financieras, no solo en la periferia, sino, también en sus propios Centros, con el desmonte del Estado de Bienestar, dándole forma al actual Estado Global. Llaman a esto Estado social de derecho, concepto falaz que algunos ingenuos de la izquierda defienden y reclaman, cuando lo único que queda de dicho Estado son los derechos de las oligarquías nacionales y de las grandes corporaciones transnacionales a enriquecerse a cualquier precio, y la socialización de la pobreza, como lo están haciendo en México con la privatización del petróleo y la eliminación de la soberanía alimentaria, en Brasil con la destrucción de la selva amazónica, en Argentina con el monocultivo de la soja, en toda América Latina con la megaminería, en todo el mundo con la expropiación de los recursos naturales y la explotación de mano de obra que cada vez se parece más a la esclavitud.
Para el tema que nos ocupa es necesario abordar la discusión sobre el carácter de nuestro ser como comunidad diversa, habitante de un territorio también diverso. Nos encontramos con la definición académica de nación; muy amplia y de infinitas interpretaciones, pero que en últimas, casi todas parten de, o llegan a la concepción eurocéntrica liberal, construida a partir de la Revolución Francesa, para dar sustento jurídico al Estado-nación[3];definición sujeta a intereses de clase, herencia (genética y económica) de raza, en las que priman conceptos como una lengua, una cultura, una religión unas características antropomorfas (biométricas) o de raza y un área geográfica determinada común de nacimiento de un grupo social, que determinan su identidad y pertenencia a una nación; fundamentalismo occidental que deja un amplio espacio para justificar el racismo, la xenofobia, el chovinismo, el colonialismo, el fascismo y los imperialismos. Europa podría haber sido una nación diversa cultural y étnicamente, si no lo hubiera impedido el capitalismo, homogeneizando sus culturas, enfrascando a sus pueblos y territorios en el Estado nación, a los que separó violenta, lingüística y territorialmente para concentrar las riquezas de sus países y saquear las de otros pueblos con su expansionismo colonialista.
Nación sigue siendo un concepto en construcción por los pueblos de las periferias, en el que podemos encontrar los componentes de nuestras identidades, caracterizándolas a partir del nacimiento y o convivencia dentro de nuestro territorio durante un tiempo prudencial, dentro del cual logramos asumir nuestra pertenencia, (con diferentes orígenes geográficos y étnicos de individuos y comunidades) pero no el único, o el principal componente, pues desde la óptica democrática popular no podemos priorizar ninguna de las condiciones o particularidades exigidas por Occidente; se puede nacer y emigrar asumiendo una u otras nacionalidades en otros países, o asentarse con raizalidad –inmigración- en el territorio, como se han construido las grandes naciones y los imperios; hablando diferentes lenguas ancestrales o vernáculas además del castellano colombiano, ser fiel o no a una o varias comunidades religiosas, compartir o diferir con tendencias políticas y filosóficas, poseer diferentes cosmogonías y cosmovisiones; sin embargo, si tenemos raíces sociales, características culturales e históricas comunes dentro del territorio, si hemos aportado al desarrollo de este país, si nos hemos beneficiado y disfrutado de sus bienes, de su diversidad cultural, de su interculturalidad, si tenemos sentido de pertenencia, amor por el pueblo, por el territorio y los bienes comunes de este país, nuestra nacionalidad diversa, además de las particularidades de cada región o sector social del país, es Colombiana Latinoamericanaabyayaliana, hasta que nuestros pueblos emancipados decidan otra forma de convivencia e integración que borren las estructuras sociales y económicas, las leyes, los nombres de nuestros territorios y las fronteras impuestas por los dominadores, e integren una sola nación abyayaliana, plural, diversa, equitativa, libre y solidaria.
Algunos académicos del siglo XIX toman al Estado como superior a la nación, por lo que muchas veces los intelectuales y dirigentes de la oligarquía tratan de confundir al pueblo colombiano al equiparar el concepto de nación con el de Estado (solo pueden explicar lo nacional a través del Estado-nación burgués y sus instituciones), llegando a sostener que el Estado somos todos, porque lo plantea algún teórico europeo o norteamericano, sin diferenciar clases sociales, comunidades étnicas, pueblos, diversidad cultural, cosmogonías, cosmovisiones, lenguas y regiones existentes en nuestros territorios; encubriendo el origen y el papel del Estado como producto de la división de la sociedad y de la lucha de clases, como aparato represivo y defensor de una o varias clases dominantes; aparato “perfeccionado” a los intereses del moderno capitalismo, como una entidad política constituida supuestamente para administrar los bienes comunes y la economía y mantener una supuesta la armonía en la sociedad.
Con la rica diversidad étnica cultural territorial biológica y ambiental de nuestra América Latina y Caribeña y por consiguiente de nuestro país, el concepto occidental de nación no puede tener plena asimilación o adaptación mecánica, en ninguno de los territorios en que nos dividieron los europeos y en que pretenden mantenernos las oligarquías criollas y el imperio Norteamericano; será la creación colectiva de los pueblos, en lucha -contra los opresores- por el buen vivir o el socialismo, por una nación de naciones desde el rio Bravo hasta la Patagonia, como lo proponía Simón Bolívar, como lo deseaba José Martí, como lo soñó el Ché, como lo quieren los pueblos indígenas y urbanos y los humanistas en la construcción de la patria abyayaliana, que vuelva a reunir historias, pueblos y culturas por fuera de las arbitrarias fronteras establecidas por los invasores y los dominadores, objetivo que no alcanzaron los procesos revolucionarios independentistas del siglo XIX ni las revoluciones en todo el continente en el XX, pues el socialismo o el buen vivir no puede ser solo un propósito local de ningún país, debe ser un proceso de unidad, de articulación y de construcción por todos los pueblos del AbyaYala y los del mundo. De tal manera, Simón Bolívar en su carta de Jamaica nos describe y nos reconoce a los americanos como pueblo diferente a los europeos, a los africanos, a lo puramente indígena con sus particularidades étnicas, excluyendo el carácter de raza.
Tengamos en cuenta que nuestro pueblo no es el europeo, ni el americano del norte, que más bien es un compuesto de África y de América que una emancipación de Europa, pues que hasta la España misma deja de ser europea por su sangre africana, por sus instituciones y por su carácter. Es imposible asignar con propiedad a qué familia humana pertenecemos. La mayor parte del indígena se ha aniquilado; el europeo se ha mezclado con el americano y con el africano, y éste se ha mezclado con el indio y con el europeo. Nacidos todos del seno de una misma madre, nuestros padres, diferentes en origen y en sangre, son extranjeros, y todos difieren visiblemente en la epidermis; esta desemejanza, trae un reato de la mayor trascendencia.
En este sentido son importantes desde diferentes ángulos académico-teóricos e intelectuales, los aportes de quienes desde una visión local-regional identifican símbolos, paradigmas, tradiciones, economías, historias y cosmovisiones convivientes en un territorio, como elementos constitutivos de las culturas de una gran nación latinoamericana con particularidades regionales: centroamericana, suramericana, andina, caribeña; y dentro de estas, las expresiones propias de cada país; que bien nos lo recuerda Carlos Gutiérrez desde la literatura de nuestros hermanos latinoamericanos cuando retratan, narran o describen nuestros territorios y a los seres humanos que los habitan con todas sus tragedias, sus valores, sus tradiciones, sus emociones, sus sueños, sus alegrías, sus utopías.
Consumada la lucha anticolonialista, correspondía sentar las bases de los proyectos nacionales. En cada país, en distintos momentos de su historia, la literatura retoma y asume esta problemática. En Argentina, Martín Fierro, de José Hernández; en Ecuador, Huasipungo, de Jorge Icaza; en Perú, Ríos profundos, de José María Arguedas; para toda la región y en otro momento de su historia, Pablo Neruda, con el Canto General, logra dibujar nuestra realidad y ahondar en el tema identitario. Con igual brillantez abordan la temática Alejo Carpentier y Arturo Uslar Pietri. He ahí obras y autores de obligatoria recordación o memoria. Hay más, no hay duda.[4]
De la misma manera harán lo propio Fernando González (“Los Negroides”), José Eustasio Rivera (“La Vorágine”), Antonio García Nossa, Gabriel García Márquez (Cien años de soledad), Luis López de Mesa (“De cómo se ha formado la nación colombiana”), Germán Colmenares, Mario Arrubla, Orlando Fals Borda (“Socialismo raizal”) y tantos otros colombianos, desde diferentes ángulos en diferentes épocas, que van desde lo histórico, lo político, lo sociológico, lo antropológico, lo económico, lo cultural, en escenarios locales, regionales y nacional, confluyendo en rasgos comunes y particularidades -con sus diferentes visiones políticas y personales- en la caracterización de una nación colombiana diversa, con raíces en lo regional-rural, que tanto nos preocupa reconocer y reconstruir en un proceso liberador-transformador.
En la historia nacional e historias locales y regionales vividas por nuestros pueblos y comunidades, orales y escritas con la visión de los oprimidos, de los victimizados, de los excluidos, con las cosmovisiones de los pueblos originarios y raizales, de las comunidades urbanas, están los elementos de nuestra nacionalidad plural, no en la llamada historia “universal”, de la cultura occidental que la escuela oficial nos enseña, ni en los anecdotarios ni en los árboles genealógicos de la oligarquía, menos en el supuesto fin de la historia que el neoliberalismo globalizado quiso imponer con los inventarios de su geoestrategia y de su geopolítica, pues para Occidente los demás pueblos no tienen historias ni filosofías ni culturas o sea, no existimos.
La formación de nuestra nación se ha dado desde los intereses de los dominadores nacionales y foráneos, con la disputa por el poder regional de jefes y caudillos, en un principio militares y políticos descendientes de los conquistadores (enriquecidos por la corona al entregarles grandes cantidades de las mejores tierras de los indígenas) y los criollos, que adquirieron más riquezas a través de las guerras civiles, el saqueo al erario, y de conflictos regionales -a algunos “generales” se les pagó el favor de participar en la guerra de independencia con inmensidades de territorio, otros compraron rangos militares para exigir reconocimiento, tierras y pensiones- tal como lo hacen hoy los altos funcionarios del Estado, (nombrados y elegidos) integrando junto a la aristocracia criolla otrora sirviente del imperio español, el estamento oligárquico, del cual una parte manejaba el mercado de exportaciones de materias primas y minerales e importaciones de manufacturas y otro, el sector financiero, que se encargó de endeudar el país a nombre de la “independencia” y de un progreso que nunca llegó. La disputa por poderes regionales se expresa en las docenas de conflictos regionales y guerras civiles (36) de los últimos 200 años, la última que lleva más de 60, de la oligarquía terrateniente-narcotraficante, contrabandista, financiera y comerciante contra los campesinos y los trabajadores, generada por el mismo problema: la propiedad sobre la tierra y los recursos naturales.
Desde mediados del siglo XIX se produjo una sensible valorización de las tierras colombianas, debido al aumento de la población (entre 1825 y 1851 la población creció en 81%, al pasar de 1,2 millones a 2,3 millones de habitantes; a principio del siglo XX alcanzó los 4 millones), el incremento del cultivo del tabaco para la exportación, el desarrollo de otros cultivos agrícolas producto de la prosperidad de los negocios tabacaleros (papa y trigo –en las tierras altas- caña de azúcar, algodón, cacao, añil, plátano y yuca –en las tierras medias y bajas- y el maíz, base de la alimentación de la población, en todos los pisos térmicos), la intensificación de las actividades ganaderas (la introducción de los pastos Guinea y Para en los años 1845-1850 constituyó un hecho de capital importancia para el desarrollo de la ganadería del país y desató la codicia por la apropiación de la “tierra caliente”), y las mejoras en las vías de comunicación (articuladas a la navegación por el río Magdalena, columna vertebral del comercio exterior). El poder de los hacendados y el sensible aumento en el valor de las tierras despertó la ambición de acumular riqueza territorial.[5]
La formación de un mejor país no puede quedarse en las particularidades locales “nacionales” aislado del contexto regional suramericano, abyayaliano, y mundial, pensando que basta con construir nuestro buen vivir, pues somos parte de esa gran plural y diversa nación latinoamericana y caribeña, con problemas sociales y ambientales, con características culturales comunes; también tenemos objetivos políticos y económicos comunes que nos indican la integración, la fraternidad y la solidaridad de los pueblos como única opción para superar la pobreza la dependencia y la desigualdad social. El socialismo o el bien vivir no puede estar supeditado a la lucha de un solo pueblo, a la experiencia de un solo país, solo será posible consolidarlo a través de un movimiento emancipatorio de todos los pueblos del mundo.
La simbología patriotera que la oligarquía colombiana ha impuesto, en gran medida representa valores eurocéntricos, mitología judeocristiana, copiada de territorios lejanos, (bandera, escudo, himno, nacional) simbología que no une, que no representa valores históricos o culturales de nuestros pueblos, pues en ninguno de estos símbolos aparece el pueblo ni su diversidad; si se mira bien, son valores racistas, significados de una gesta de clase dominante; memorias y alegorías de otros mundos ajenos al nuestro en su canto épico. Un escudo que es el menú de las riquezas y recursos disponibles para el capital transnacional, cuernos llenos del oroexpropiado, de la diversidad alimentaria que ha sido erradicada. Un cóndor que prácticamente desapareció con la biodiversidad de su hábitat, que solo se puede ver en algunos museos (zoológicos); la corona de laurel, como el gorro frigio, símbolos europeos de gloria y libertad que no representan nada para el pueblo, un istmo que fue vendido por los apátridas, con mares que surcan y explotan naves pesqueras y comerciales privadas, y armadas foráneas. Lo que siempre ha estado presente es la libertad del capital para despojar y someter, y el orden de terror que la oligarquía impuso para mantenerse en el poder. Hoy esta clase social apátrida pretende que el patriotismo sea la defensa a ultranza de unas camisetas en otros colores e idiomas sobre los cuerpos de unos deportistas pagados y/o esclavizados por mafias transnacionales con negocios por cientos de millones de dólares, y la existencia de supuestos héroes de un ejército fratricida y cruel, de ocupación en su propia patria, que muestran las campañas mediáticas.
Este patrioterismo no tiene nada que ver con la defensa de la soberanía nacional ni de los recursos naturales, más que el discurso militarista contra los que realmente defienden y construyen la patria, pues el mismo territorio nacional pasa a ser propiedad privada del extractivismo y del sector financiero, que ordenan al parlamento legislar, al poder judicial, castigar, y al ejecutivo gobernar para ellos, todos, en defensa del mercado; las corporaciones transnacionales –protegidas por la fuerzas armadas y paramilitares y por el Estado- utilizan la bandera y el nombre de Colombia como divisa de sus productos comerciales y proyectos extractivos, mostrando que ellas son las que aportan desarrollo y defienden el medio ambiente, exigiendo reconocimiento de soberanía al pueblo como propietarios de esta colonia; mostrando que además de su poder económico tienen más poder político, jurídico y cultural que el Estado.
Si queremos otro país, también debemos recuperar la memoria histórica y las culturas propias, desconociendo la simbología y los monumentos de la oligarquía, o por lo menos invirtiendo sus significados, como en los casos de las estatuas de los conquistadores, a las cuales se les rinde pleitesía, se les celebra y conmemora como héroes o benefactores, lo mismo que los caudillos criollos (sátrapas genocidas que nos han gobernado por 200 años) descendientes de aquellos que inundaron de sangre y miseria a nuestro pueblo, poniendo sus nombres a municipios, barrios y en cuanta obra de infraestructura se erige. En un proceso de emancipación todos esos monumentos y simbologías deben ser destruidos y sus nombres borrados de nuestras identidades y culturas Los actuales nombres de nuestro continente y país son epónimos de quienes lideraron la invasión y el genocidio, algún día nuestros pueblos emancipados restituirán el nombre originario, AbyaYala y nombrarán nuestro territorio nacional con creatividad y dignidad.
Es posible en el proceso de recuperación de la memoria y las identidades, construir y descubrir héroes, hitos, símbolos, monumentos, valores culturales populares, tradiciones, lugares de valor histórico, cultural, ecológico Etc. representativos de nuestra identidad actual como nación diversa, construidos en la lucha cotidiana por un país libre y soberano. Nuestros héroes y grandes líderes políticos populares están en las regiones, en las luchas de los negros y los indígenas, en el movimiento campesino, en los movimientos cívicos barriales, en las mujeres que también gestan rebeldías y paren posibilidades, en los jóvenes que estudian, trabajan y luchan, en intelectuales que investigan, descubren, critican y proponen, en artistas que expresan creativamente lo que somos y lo que soñamos. No necesariamente tienen que ser héroes de la guerra, -que son millones de nuestros muertos anónimos en esta guerra que nos involucró occidente desde 1492- Reconozcamos las diferencias étnicas culturales, las biodiversidades locales y regionales, enmarcadas en el contexto económico-social, como grandes riquezas de nuestra nación en las actividades políticas y culturales, para unir y articular sectores sociales, comunidades y proyectos, enfocando la nueva nación hacia el futuro que deseamos, hacia esa utopía que nos hace actuar con alegría por la vida, la justicia y la libertad.
Nuestra diversidad indígena-raizal, mestiza, dispersa en todo el territorio nacional, -incluyendo las grandes capitales, donde han constituido cabildos y Consejos Comunitarios urbanos- con más de 80 pueblos vivos, dentro de los cuales conservan sus lenguas y cosmovisiones, pueblos que hablan más de dos idiomas, igual que las comunidades negras (palenque de San Basilio y San Andrés y Providencia), y gitanas que recorren el país y el mundo con su lengua romaní; en su conjunto suman más de 65 lenguas ancestrales y vernáculas vivas[6]. Recordemos que antes de la llegada de los invasores europeos se hablaban más de 1000 lenguas con diferentes dialectos y derivaciones en el continente americano; podemos decir que somos una nación políglota, característica que la oligarquía niega, imponiéndonos un bilingüismo anglo-hispano, cuando todo colombiano debería hablar por lo menos una lengua ancestral o vernácula además del español, como parte de nuestra identidad cultural; de hecho algunas comunidades indígenas y raizales se comunican en más de dos lenguas con sus comunidades vecinas y mestizas, luchando por sus identidades con la educación propia en sus idiomas ancestrales.
La imposición del inglés como segunda lengua no se origina en una necesidad interna o cultural nacional, como que dentro del territorio continental (excepción del departamento de San Andrés, donde además del español se habla el creole) existiera una comunidad nacional que conservara como lengua principal este idioma (en el siglo XIX se era “intelectual y culto” si se hablaba y escribía en francés). Realmente es una imposición del imperio norteamericano, para la explotación de nuestra fuerza de trabajo, para que el colonizado entienda las órdenes del amo extranjero, para obedecer (tal como lo hicieron los europeos cuando nos invadieron y esclavizaron), no para hacernos más cultos ni para dialogar con ellos de igual a igual.
Hoy se ha integrado una gran comunidad trabajadora de habla hispana (millones de inmigrantes) que hace de nuestra lengua, la segunda en los EE.UU. el idioma mayoritario de su fuerza de trabajo; sin embargo es importante conocer algún idioma de occidente, del oriente, del norte o del sur, (aprendido por la necesidad de saber) pues cada lengua es una cosmovisión, una cultura más, que nos enriquece. La formación de la nueva nación, del nuevo país, parte del reconocimiento, respeto y expresión de antiguas, presentes y nuevas subjetividades, en las que son determinantes las lenguas y las culturas de las comunidades indígenas y raizales, en las regiones por todos los sectores sociales y comunidades existentes en todo el territorio, formación orientada a la superación de la desigualdad social, la pobreza, la ignorancia, la violencia.
La protección, recuperación y enriquecimiento de nuestras lenguas ancestrales o nativas, parte del ejercicio de autonomía de los pueblos hablantes de éstas, orientando desde sus autoridades propias el diseño por estas comunidades de sus propias pedagogías y programas educativos en la escuela, en las familias, en todas sus actividades culturales y sociales en sus territorios, proceso en el que han venido concertando algunas comunidades con el Estado, quien ha dirigido una transculturación, imponiendo el castellano, prohibiendo el uso de sus lenguas nativas, a través de políticas como la Etnoeducación –oficial- y los programas de protección a la infancia con instituciones como el ICBF. Sin embargo son importantes los avances que desde la legalidad se han logrado con el reconocimiento que el Estado hace a través de decretos como el 1142 de 1978 sobre Educación de las comunidades indígenas, de la ley 1381 de 2010 o Ley de Lenguas Nativas como desarrollo de los artículos 7, 8, 10, y 70 de la Constitución Política de 1991; pero de las que los pueblos y comunidades indígenas y raizales pueden exigir su aplicación, mejoramiento y participación decisoria en la reglamentación y corrección de estas, como también en la elaboración y aprobación de nuevas leyes y políticas en este tema. Pues las lenguas nativas en un territorio o región deberían ser lenguas oficiales y enseñadas a sus habitantes como bilingüismo local, regional y nacional, o sea, todo colombiano debería conocer por lo menos una lengua nativa como segunda lengua, antes que el inglés.
Lo más significativo de nuestras identidades son los lenguajes, que no solo nos comunican, porque son construcciones colectivas, con los que aprehendemos y expresamos nuestras cosmovisiones, que le dan sonido, color y forma a nuestros pensamientos, a nuestros sentimientos, a nuestras emociones, a nuestras ideas; de los cuales no podemos aceptar la eliminación de nuestra diversidad lingüística, como tampoco aceptamos la tergiversación ni la inversión de los significados de las palabras de nuestra lengua mestiza castellano-colombiano, que hacen los dominadores para disminuirnos e invisibilizarnos como pueblos; por esto es indispensable dar sentido propio a conceptos como democracia, autonomía, justicia y solidaridad, que desde los sectores populares se definen y materializan en la lucha por la dignidad y la soberanía popular, por los derechos individuales y colectivos, por el buen vivir.
De un proceso de aculturación impuesto por los conquistadores -con su pensamiento único occidental- a los pueblos originarios y la colonización de nuestros territorios y nuestras mentes por las ideologías del capitalismo, pasamos a otro de transculturación con mayor arraigo en las ciudades en las nuevas generaciones y en las migraciones internas y procedentes del exterior, con apoyos en las últimas tecnologías, con la globalización y su pensamiento único; sin embargo, en esta transculturación persisten diferentes niveles de mestizaje que nos dan diversas caracterizaciones locales y regionales en una multiculturalidad dinamizada por nuevos movimientos sociales y culturales (indígena, feminista, ecológico, comunidades virtuales) en una interculturalidad que articula, dialoga y se enriquece, contra la que el Estado oligárquico utiliza todos los medios para dividir y confrontar, conminando a permanecer a todos y cada uno de los pueblos, comunidades y sectores sociales en su gueto cultural y o territorial. Realmente nuestra nación es una cobija de retazos étnica y culturalmente, con matices, sincretismos y mestizajes europeos, africanos, suramericanos, caribeños, con oleadas de inmigrantes árabes, japoneses, gitanos –y de otras latitudes-, con fuerte presencia en regiones y zonas de las grandes ciudades, quienes contribuyen con su trabajo y sus aportes culturales a enriquecerla.
Los estímulos a la creatividad, la conservación y la promoción de las tradiciones y expresiones culturales como identidades propias de las comunidades y grupos étnicos, no los podemos encontrar en las políticas que desde el establecimiento se imponen y se difunden sino, en la valoración propia como sujetos sociales en un proceso emancipador, en un poder popular que recupere la memoria histórica-cultural, que proteja y difunda nuestros valores populares no etnocéntricos ni patriarcales. La inmensa variedad de tradiciones, de músicas, danzas, gastronomía, artesanías (arte popular), además de las lenguas, modismos literaturas y cosmogonías locales y regionales, dispersas en la también diversa geografía, algunas en proceso de extinción, otras en recuperación,expresiones culturales que nos dan identidad regional y nacional; el sancocho del Valle del Cauca es diferente al bogotano, el bambuco caucano es diferente al antioqueño y al boyacense, los mitos y leyendas de la costa pacífica tienen personajes diferentes a los de la costa atlántica y a los de los llanos orientales, lo mismo pasa con las músicas y los bailes que evolucionan en fusiones incrementados con otros instrumentos, arreglos y ensambles, aunque los medios y las empresas culturales tratan de imponer ritmos foráneos con antivalores como el reguetón que expresa violencia y misoginia, pero quetambién subvaloran y manipulan lo nuestro cuando reúnen a cientos de miles de fanáticos en conciertos de artistas extranjeros (a cientos de miles de pesos la entrada) que en su decadencia llegan a nuestro territorio mientras nuestros artistas de provincia o con propuestas nuevas son excluidos de publicidad y de oportunidades, solo surgen los que alaban al sistema cantando o dibujando un país paradisiaco para la clase dominante y el turismo, una forma maniquea de la cultura, los que engrandecen al narcotráfico y la violencia como la llamada música “popular” (algunos artistas del vallenato, del despecho y de la salsa que le cantan al terrateniente, narco y al imperio); nuestro arte no lo podemos dejar en manos de las empresas culturales, utilizadas como mercancías folclóricas que se promocionan en el turismo depredador y corruptor, mientras llenamos nuestras casas y nuestras mentes de productos prefabricados por el capital transnacional de cualquier parte del mundo. Indudablemente que el arte que se crea en el mundo permea nuestras formas culturales, con interculturalidades que se dinamizan inicialmente entre la juventud, con la inclusión de ritmos, tendencias y modelos, en su mayoría originados desde las metrópolis occidentales, difundidas por los medios masivos de propaganda dentro de una supuesta cultura universal, que no aporta nada nuevo, sin embargo es una tradición la adopción de ritmos latinoamericanos desde el Caribe, Centroamérica y del sur, que nos hacen sentir latinoamericanos.
Nuestras artes escénicas (teatro, cine, danza) son de excelente calidad a nivel internacional, en el caso del teatro, es la actividad más importante en sectores estudiantiles y en la clase media intelectual (desarrollada por pequeños grupos que surgen generalmente en los barrios con escasos recursos económicos y publicitarios), tanto en la actuación como en los contenidos de las obras, recrean obras de autores clásicos y actuales junto a la creación colectiva en la mayoría de los grupos, de este salen los actores para el cine y la televisión, de los cuales la mayoría vuelven o permanecen simultáneamente en las tablas; aunque en las tres grandes ciudades se han creado escuelas de actuación y en algunas universidades facultades de artes escénicas, es mínimo el aporte del Estado y no existe una escuela especializada en cine; el mejor cine es el de género documental, en el que es importante la participación de actores naturales, también el de tipo literario de autores nacionales, generalmente con argumentos históricos y sociales; desafortunadamente no se cultiva la cinefilia en nuestro país, mientras en el extranjero es apreciado y premiado nuestro séptimo arte por la crítica independiente y alternativa. A pesar de ser buena la actuación, contar con los medios logísticos, técnicos y de infraestructura para la producción, la televisión en el área artística muestra una baja calidad en temáticas y contenidos, pues como medio masivo de los poderes facticos obedece a las políticas internacionales de las grandes corporaciones del entretenimiento y la propaganda, su producción está orientada a estimular el consumismo y difundir la cultura violenta, mafiosa, sexista, individualista superficial a través de novelas, películas de “acción”, realitys imitando Hollywood. Realmente las artes están apropiadas por sectores medios de la sociedad, al servicio se las clases dominantes, al pueblo le llega solo lo que los grandes medios difunden y lo que las empresa culturales privadas promueven y realizan, como en el caso de la plástica, disciplina que generalmente realizan pintores y escultores de clase media alta en sus talleres secretos, pero que son reconocidos cuando ganan algún premio internacional o exponen en las metrópolis de Occidente; igualmente ocurre con la literatura, cuando el autor edita miles de ejemplares de su obra en muchos idiomas y gana premios o concursos internacionales.
En un proceso emancipatorio y transformador es necesario el rescate, defensa y promoción de las culturas del país, utilizando todos los medios artísticos y tecnológicos, pero también la producción literaria, histórica y científica, además de las expresiones autóctonas cotidianas de la sociedad y los conflictos, para mirarnos y reconocernos en las obras de los artistas populares, no dependiendo de un Estado autoritario excluyente antipopular ni de mecenas capitalistas; la realización del arte debe estar al alcance de los y las interesadas de todos los sectores populares en todo el territorio nacional, apoyado, defendido y nutrido por las comunidades y sectores populares organizados autónomamente.
Por otro lado, utilizando abierta y críticamente las redes virtuales y la televisiónvía internet, los discos, las memorias USB, podemos reconocer afinidades e intercambiar bienes culturales con otros pueblos y grupos o sectores alternativos de todo el mundo, con nuevas propuestas a través de las redes sociales virtuales políticas y culturales independientes, que a la vez generan y difunden mesclas, fusiones en ritmos, tendencias y expresiones culturales (música, escénicas, literatura, plástica) que se van haciendo universales, llevando a otras latitudes nuestras cosmovisiones, sin perder nuestras identidades ni la diversa y plural nacionalidad, movimiento cultural que debe promover y defender toda organización o movimiento popular que busque la emancipación.
En nuestra sociedad mayoritariamente autoritaria y machista patriarcal, conviven diferentes tipos de familia, pues la familia nuclear tradicional (matrimonio cristiano) ya no es mayoritaria; crece el número de matrimonios civiles, se multiplican los hogares con diversas relaciones entre sus integrantes, unión libre, parejas que reúnen sus hijos comunes y de otras relaciones (poligenéticas), muchas veces hogares sin lazos de sangre comunes; con sus jerarquías y relaciones que cambian de una región a otra, de un grupo étnico a otro con diferencias entre pueblos rurales y comunidades urbanas, (cada comunidad indígena, campesina y afro, tienen su propio modelo de familia) en una composición que incluye monogamia, poligamia, endogamia, exogamia, hasta el matriarcado, hogares plurifamiliares y hogares LGTBI. En los sectores populares predomina la mujer cabeza de hogar –mono parental-, generalmente separada o divorciada; desde los 60 la tendencia es hacia la madre soltera trabajadora con uno o dos hijos, con planificación familiar que garantiza la permanencia de la fuerza laboral femenina en la producción.
Si combatimos democráticamente al machismo, al patriarcado, al autoritarismo y el fundamentalismo misógino religioso en todas las actividades productivas, sociales y culturales, podremos fortalecer los modelos de hogares más amplios, más equitativos, más tolerantes, más dialogantes y felices; pero esta transformación no se puede realizar por el actual Estado ni sin criticar ni transformar en nuestras cosmovisiones los conceptos sobre las mujeres y la familia nuclear patriarcal, implica transformar la familia tradicional, eliminar el machismo de la sociedad. La búsqueda de este objetivo debe empezar individual, familiar y colectivamente en la transformación de las relaciones autoritarias y represivas, en relaciones de igualdad, respeto y solidaridad; la lucha contra el autoritarismo, el patriarcalismo y por igualdad de géneros debe asumirse por las organizaciones populares interesadas en cambios estructurales de la sociedad, debe convertirse en un amplio y fuerte movimiento social, al interior de un gran movimiento social transformador –articulado nacional e internacionalmente- integrado por todos los sectores populares.
La misma topografía del país, con sus diferentes climas, ha contribuido a la formación de idiosincrasias, tradiciones, expresiones culturales y económicas diversas, regionales y locales que nos identifican como llaneros, costeños caribeños, costeños del Pacifico, cundiboyacenses, santandereanos, paisas, amazónicos, caucanos, pastusos, tolimenses, isleños, rolos. Pero sobre todo, campesino-as, jornalero-as, obrero-as (activos y desempleados), indígenas, trabajadores del comercio y los servicios, profesionales, pobladores de las periferias urbanas (en su mayoría expulsado-as del campo violentamente), por supuesto, unas clases medias rural y urbana que luchan por no perder su condición, todos como sectores populares integrantes del pueblo colombiano, frente a la oligarquía terrateniente capitalista mercantilista unida al capital transnacional, que nos domina con poderes políticos, económicos, culturales y militares locales, regionales y nacionales. Por esto, al convocar para la refundación de la nación, no podemos excluir a ninguno de los sectores populares, donde cuentan los movimientos sociales, las mujeres, los jóvenes y las mal llamadas minorías; en la que los sectores populares, las comunidades, las organizaciones políticas y los pueblos, tenemos que tratarnos como iguales, con los mismos derechos, capacidades y oportunidades que solo las podemos ejercer y garantizar nosotros mismos-as en una democracia popular, pues esta no se decreta ni se impone al pueblo, se construye desde el hogar, la localidad y la comunidad.
El término minoría encierra características socioeconómicas, culturales, étnicas y lingüísticas que nos llevan a concluir, desde la concepción occidental, en algo pequeño, menor, inferior, minusválido, reducido, incapaz de definir por sí mismo, que tiene que ser protegido, por eso tienen que ser dirigido/a y representadas/os por otros. Así pues, es como el imperio español y la oligarquía consideraron a los indígenas, cuando en realidad son culturas milenarias diversas, (incluso anteriores al imperio español y a la misma civilización occidental), que como los/las campesinos/as mestizos/as siempre han sido mayoría frente a los colonialistas, a los terratenientes y a toda la oligarquía racista-patriarcal, lo mismo han hecho con los negros, las mujeres y los demás sectores populares. Por muy reducido que sea el número de integrantes de una comunidad o de un grupo social con identidad territorial y o cultural, no puede ser menor ni inferior en el concierto de los pueblos, tiene la capacidad e igualdad de derechos para decidir sobre sus problemas y sobre los del país. O sea, existen pueblos y comunidades locales, regionales, nacionales e internacionales, no existen minorías ni “grandes mayorías” que puedan decidir legítimamente por el resto de la sociedad, por esto la democracia capitalista es opuesta a la democracia popular. La negación de estas capacidades a los pueblos es lo que ha “justificado” el genocidio, el despojo, el abuso, la esclavitud y la extinción por los dominadores que siempre serán una ínfima minoría en la sociedad.
Otra cosa es la forma de gobernarse o autogobernarse los pueblos, las posibilidades de crear formas legítimas de autoridad territorial más horizontales, con instituciones comunitarias (educativas, de salud, justicia, protección, cultura) autogestionarias, integradas, articuladas y coordinadas local, regional y nacionalmente (municipios, provincias, regiones confederadas) de acuerdo a las necesidades en el tiempo; que funcionen alrededor de proyectos y programas concertados en consultas y asambleas decisorias en cada territorio y con cada sector social. Las formas de gobierno o autogobierno regional, local y nacional, es una tarea de elaboración política de cada sector social, de cada comunidad y de todo el pueblo; no solo de la academia o de la intelectualidad de las organizaciones de izquierda; debe ser un proceso de participación y de definiciones políticas que convoque, debata y mandate simultáneamente en sus respectivos territorios, recogiendo las experiencias y propuestas de los pueblos indígenas con sus resguardos y cabildos, las ETIS (Entidades Territoriales Indígenas reconocidas por la Constitución de 1991); de los raizales, de las comunidades negras con sus palenques y consejos comunitarios territoriales, con sus asociaciones de agricultores, de pescadores y de mineros, también reconocidos por la misma Constitución y en la ley 80; de los campesinos con sus ligas, cooperativas, sindicatos y asociaciones agrarias, con sus Zonas Productivas Agroalimentarias, colonias en baldíos y Parques Nacionales (llamadas por la oligarquía repúblicas independientes en los 50 y 60 del siglo pasado), y las actuales Zonas de Reserva Campesina; los movimientos cívicos urbanos con toda su experiencia en movilización y resistencia; pero también las organizaciones creadas, no reconocidas por el Estado y las que no desean este reconocimiento. Es imprescindible recoger experiencias históricas como las de los artesanos y sus sociedades democráticas de finales del XIX y principios del XX; la de los bolcheviques del Líbano Tolima, la de los obreros bananeros, la de los obreros petroleros de Barranca (improvisaron una comuna emulando la de Paris), la de la comunidades de paz de San José de Apartadó, la de los movimientos populares regionales –la lucha de los Pueblos Originarios de Base como los llama Orlando Fals Borda- de los últimos 100 años.
En las grandes ciudades con todas las problemáticas de deficientes y ausentes servicios públicos, desempleo, racismo y exclusión en la diversidad de sectores sociales en lucha permanente, hay mucho por aprender y recodar, pero también por crear, cultivar y defender en la cotidianidad, en las coyunturas. Con organización, movilización y protesta, se llega a momentos de coordinación, articulación y cooperación que propician una autoridad temporal que define responsabilidades, planifica, orienta acciones y controla el territorio, a través de los movimientos sociales, cívicos, JAC, JAL, los comités barriales, sindicatos e infinidad de organizaciones populares, comprometiendo a todos y cada uno de los sectores sociales. Pero también podemos aprender de las experiencias de los zapatistas, los aimaras, los quechuas, de los Sin Tierra y de los estudiantes brasileños, de los piqueteros argentinos, de los mapuches chilenos y argentinos de la autonomía de los y las kurdas y demás experiencias de autonomía y gobierno popular del continente y del mundo para ampliar los conceptos de soberanía y autogobierno popular en nuestros territorios.
Dentro de la agenda de mejor país estará la nueva configuración territorial, que pasa por un nuevo Ordenamiento Territorial realizado por cada comunidad territorial con participación decisoria de todos los sectores populares de la localidad –rural, urbana insular- y región, exigiendo el apoyo de profesionales e intelectuales de la geografía, la antropología, la sociología, la ecología, la biología, las ingenierías, comprometidos con el proyecto de nuevo país; que redefina los usos y propiedad del suelo y el subsuelo, los espacios productivos –agropecuarios, agroindustriales, industriales, mineros-, culturales-recreativos, las áreas de protección ecológica, la frontera agrícola, la infraestructura y los servicios necesarios en cada territorio y localidad, identificando particularidades económicas, sociales, ecológicas y culturales por regiones, que pueden ser provincias autónomas integradas a otras entidades como zonas Campesinas de Producción Agroalimentaria, las Zonas de Reserva Campesina, Zonas de Reserva Forestal con presencia campesina, y territorios de comunidades raizales, palenques, territorios de consejos comunitarios, resguardos Indígenas; en las áreas urbanas definir los tipos de vivienda digna, los espacios culturales, educacionales, recreacionales, los entornos ecológicos, comerciales, los sistemas de transporte, la infraestructura de servicios básicos domiciliarios, los sistemas y redes de salud, adecuados a las necesidades de los sectores poblacionalesen cada ciudad. Esta tarea no puede ser realizada correctamente por instituciones del Estado actual, ni por instituciones dependientes de grupos económicos o políticos de las clases dominantes o por ONG; la nueva configuración territorial elaborada por el pueblo podría ser asumida por un Estado Democrático en transición como un mandato; no es necesario tomar como modelos los entes territoriales o administrativos existentes, como departamento, zona franca o distrito, en este sentido hay propuestas como la del maestro Orlando Fals Borda[7] de recuperar e integrar nuevas provincias y regiones similares a las de la Colonia, sin embargo es el pueblo quien con su sabiduría diseñará no solo un mapa, sino, que construirá un mejor país.
En algunas zonas de frontera, de puertos e insulares, la composición de la población es cosmopolita, (Cúcuta, Ipiales, San Andrés y Providencia, Maicao, Leticia) producto de las migraciones y de la convivencia en territorios comunes que les da derecho a otras nacionalidades, a estos grupos humanos, de reclamar autonomía; esas regiones podrían constituirse como territorios del Buen Vivir. En extensas regiones conviven comunidades indígenas con territorios ancestrales, algunas nómadas, otras en aislamiento voluntario, junto a comunidades y pueblos mestizos y negros que comparten espacios semiurbanos y urbanos delimitados por el Estado; pequeñas ciudades con culturas comunes y economías complementarias en torno a grandes ciudades-región en la diversidad biológica y topográfica de nuestro territorio, que se asimilan a países dentro de un país de regiones, de un pueblo de pueblos, configurando nuestra posible nación pluridiversa como un posible Estado plurinacionalen transición o una Comunidad Pluricultural Confederada
En lo administrativo el Estado ha venido configurando el concepto de Área Metropolitana en torno a las grandes ciudades, que integra a municipios vecinos absorbidos, aunque su fin es planear el desarrollo urbanístico (negocio del sector financiero-bancario y de las constructoras de vivienda e infraestructura), localizar centros de producción industrial, cuantificar consumidores, demanda de servicios, el mercado de votos y el control de la población; igualmente las Zonas Económicas Especiales, Zonas Francas anexas a las ciudades para explotar mano de obra (maquilas) y servicios que garantizan y protegen la inversión extranjera y la extracción de recursos para el mercado mundial; los distritos como el Distrito de Buenaventura que garantiza seguridad y servicios al mercado de importación y exportación en medio del mar de pobreza y violencia que este proyecto genera; que se ampliará y modernizará con el mega plan IIRSA y el proyecto de extracción Alianza Pacífico. Distritos Turísticos como el de Cartagena, reducido al mercado turístico en la parte “histórica” hotelera y las playas privatizadas, que cuenta con moderna infraestructura y amplia red de servicios, mientras el resto de la población sobrevive en la miseria y la insalubridad. Estas figuras con fines más económicos que sociales son parte de dichas áreas Metropolitanas y del plan extractivista.
De la misma manera el Estado centralista organiza la economía del resto del país creando grandes áreas de producción agroindustrial de monoproducto como las ganaderas, azucareras, palmeras, cafetera, etc. y zonas de explotación minera y energética, anexando territorios campesinos, indígenas, afros, baldíos, de reserva hídrica y ecológica a megaregiones ZIDRES (Zonas de Desarrollo Rural Económico y Social), cumpliendo los mandatos del capital financiero y transnacional, consignados en planes como IIRSA, tratados como la Alianza Pacífico y los TLC con las grandes potencias; pero un POT democrático debe dar paso a la unión de territorios adyacentes, no necesariamente del mismo departamento, que integran particularidades geográficas, económicas y culturales, como Circuitos Económicos Alternativos (definiendo áreas de producción agroalimentarias populares alrededor de las grandes ciudades), tradiciones y cosmovisiones que se pueden asimilar al concepto de Ciudad Región, y/o de Provincia, que el maestro Fals Borda explica muy bien; estas entidades en una democracia popular pueden abrir espacios y oportunidades de integración, participación equitativa y de autonomía de las comunidades; que a su vez deben formar parte de territorios más amplios que podemos identificar como Regiones, cambiando la actual división política del país, de departamentos Áreas Metropolitanas, zonas francas y Distritos Especiales. Varias provincias y/o regiones con autonomía podrían asociarse o confederarse y constituirse como territorios del bien vivir
El nacionalismo a ultranza conduce al racismo, a la xenofobia, al chovinismo, al fascismo, como formas de dominación y de justificar la agresión a otros pueblos. Este nacionalismo, soportado en el aparato militar, con los conceptos del “enemigo interno” y de la seguridad nacional, es el que ha tratado de imponer al pueblo la oligarquía colombiana.
Gonzalo Salazar agosto 16 de 2018
[1]A excepción de Cuba, que con su revolución implementó una forma de socialismo, que contó con apoyo y protección de la URSS, hasta el período especial, en que prácticamente se extingue esta alianza con la desintegración del “campo socialista”.
[2]Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina. Quijano Aníbal. En libro: La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas Latinoamericanas. Edgardo Lander (comp.) CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Buenos Aires, Argentina. Julio de 2000. Centro de Investigaciones sociales (CIES), Lima.
[3]El término nación viene desde el imperio romano, lo utilizaron los comerciantes, las universidades y la iglesia católica como forma de identificar grupos dentro de sus instituciones
[4]Los colombianos, ¿quiénes somos? Escrito por Carlos Gutiérrez M. Sábado, 12 Octubre 2013 en – Le Monde Diplomatique
[5]Daniel Libreros Caicedo y Libardo Sarmiento Anzola– “La hegemonía de la oligarquía financiero-terrateniente en Colombia” (“Una aristocracia de hacendados europeizantes”) en la revista Espacio Crítico – http://localhost/espaciocritico.com/articulos/.
[6]“Las sesenta y cinco lenguas indígenas que subsisten hoy se pueden reagrupar en 12 familias lingüísticas y 10 lenguas aisladas, no clasificadas hasta el momento. Tenemos: la gran familia lingüística Chibcha, de probable procedencia centroamericana; las grandes familias suramericanas Arhuaca, Caribe, Quechua y Tupí; siete familias solamente presentes en el ámbito regional (Chocó, Guahibo, Sáliba, Macú, Huitoto, Bora, Tucano). Las diez lenguas aisladas son: andoque, awá- cuaiquer, cofán, guambiano, kamentsá, páez, ticuna, tinigua, yagua, yaruro.” FUENTE: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/antropologia/lengua/clas2.htm
[7]“Socialismo raizal y el ordenamiento territorial” – Orlando Fals Borda – Ediciones desde abajo noviembre de 2013